La primera vez que escuché en directo a Joaquín Sabina estaba acompañado por Javier Krahe y Alberto Pérez. Trajeron hasta una carpa levantada en lo que era parking de Yanguas y Miranda (donde se instalaban las barracas en San Fermín) los efluvios de La Mandrágora, que Fernando García Tola trasladó al formato televisivo en aquel legendario ‘Si yo fuera presidente’. El calendario ha corrido imparable desde entonces. También para Sabina, que el viernes compareció en el Navarra Arena para mostrar las cicatrices del tiempo en su voz y en su corazón. Aunque para él, cada día es la oportunidad de escribir un nuevo poema que luego convierte en canción. Para sus fieles, Sabina no es tanto lo que canta como lo que transmite. Su figura en el escenario es también una evocación nostálgica que el propio artista se encarga de enmarcar cuando invoca a los desaparecidos Aute, Krahe o Pablo Milanés. Muchos de los presentes reconocían que acudían al concierto con un sentimiento de despedida, por si esta es la última vez que actúa en Pamplona. Pero de Sabina cabe esperar lo que escribió un crítico del torero José Tomás: “No reaparece, resucita”. Y ahí sigue Sabina, como la canción, tan joven y tan viejo. Like a Rolling Stone.