Con dos meses de retraso perdidos por el empeño de Feijóo y del PP en acudir a un intento de investidura que se sabía inútil desde el minuto uno, la política regresa al punto de partida con Sánchez. Tiene hasta el 27 de noviembre como fecha tope para lograrlo, y de no conseguirlo las elecciones generales se repetirán el 14 de enero. Segundo acto de este proceso de investidura. Felipe de Borbón encargó este martes a Sánchez intentarlo. Otro elemento anacrónico que arrastra la democracia española, por mucho que ese permiso sea solo un ritual protocolario. Sánchez afronta un camino complejo y difícil para atender las demandas de los grupos a los que aspira a convencer para que le voten en la sesión de investidura y luego mantengan la estabilidad del Gobierno cuatro años. De partida, deberá equilibrar las reclamaciones y exigencias de sus posibles socios con las capacidades reales de poder cumplirlas luego. Sabe, o debería saberlo ya, que esos apoyos no se venderán fácil y que hay un cruce de intereses que será exigente.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. Alejandro Martínez Vélez

La amnistía ha sido el elemento estrella de estas semanas de investidura de Feijóo, pero hay más planteamientos que atender y acordar. No solo desde el catalanismo, con la petición consensuada entre ERC y Junts para que el Gobierno se comprometa a dar pasos para la celebración futura de un referéndum. Dar pasos no es una condición total ni inasequible, pero aumenta la presión y el peso de ese platillo de la balanza. También está Sumar, con Podemos a la gresca interna por un lado, Compromís por otro con la eliminación de la deuda valenciana como objetivo e IU y el resto con sus propios objetivos.

Si ya un socio es complicado, uno dividido entre varios partidos con pretensiones de añadir también sus propios requisitos lo hace más aún. Tengo la seNsación, puede que equivocada, que tanto el PNV como EH Bildu han mantenido en un segundo plano hasta ahora sus necesidades mínimas para esta investidura porque probablemente las han ido cocinando en este tiempo de una forma más discreta. Y BNG y Coalición Canaria, los otros dos votos con los que Sánchez aspira a lograr 179 apoyos en el Congreso, se aferran a su agenda gallega y agenda canaria, quizá menos difíciles de asumir.

Con estos mimbres tiene Sánchez que tejer el cesto de su investidura y pensando no sólo en el jornada de la votación del Congreso, sino en el día siguiente de su toma de posesión como presidente si resulta reelegido. Sería el tercer acto de esta investidura y no parece menos complicado. No solo por las evidentes dificultades de gestionar un acuerdo político con tantas aristas abiertas y tantos acuerdos para cumplir, sino porque el ruido atmosférico de la política española, ya insoportable desde hace años, apunta a convertirse en ensordecedor a la búsqueda de una inestabilidad permanente desde ese espacio conservador y reaccionario que conforman de forma cada vez más cohesionado PP y Vox y donde se ha quedado encasillado UPN con su único diputado. En todo caso, el tiempo sí continua para el común de las personas. Hagan lo que vayan a hacer con el resultado democrático del 23-J en las urnas, pero háganlo ya. Y háganlo, si lo hacen, para el bien común y el interés general, porque la parsimonia de su tiempo político es insoportable para los demás.