Cada año, por mucho que se empeñen los entusiastas organizadores y al margen del debate de fondo sobre los objetivos políticos e intenciones partidarias preparadas, la celebración del denominado Día de la Fiesta Nacional –título pomposo en competencia directa por tal honor con los festejos taurinos–, antes Día de la Hispanidad y Día de la Raza, el ruido final se centra en las presencias y ausencias políticas y en el alcance de la pitada habitual y del nivel de insultos de cada año al presidente del Gobierno de turno, cuando no es un Gobierno de la derecha, y en los desaguisados hilarantes que se producen, con la cabra corriendo desesperadamente delante de la Legión como invitada estrella. Un compendio de la nada real que es este otro capítulo heredado del más rancio franquismo, aunque se decore ahora de institucionalidad democrática. Ni se puede disimular la nostalgia de tiempos predemocráticos que destilan buena parte de los asistentes ni tampoco se puede adecentar el bochornoso espectáculo que protagonizan 2.500 súbditos doblando el espinazo ante la familia Borbón en esa humillante ceremonia que llaman ellos mismos Besamanos. Lo más penoso es ese empeño en seguir conmemorando de manera oficial y con toda la pompa y boato más chusqueros aquel sonrojante Día de la Raza, que luego pasó a celebrarse como Día de la Hispanidad en un intento inútil por involucrar el interés de América Latina.
Que en pleno siglo XXI se siga haciendo exaltación patriótica de aquel episodio histórico de colonización, genocidio humano y robo ingente de todo tipo de riquezas y recursos naturales es desolador. Este año el protagonismo de los titulares de la derecha mediática de Madrid los han vuelto a copar los insultos a Sánchez. Si el acto es de una casposidad extrema, la llegada de los insultos y los abucheos, como escenario privilegiado de la política de crispación de la derecha, lo convierte en insoportable. Que atronara de nuevo el grito de ¡que te vote Txapote! contra Sánchez es otro ejemplo de la miseria moral e inhumanidad de ese discurso que azuzan PP y Vox. Que semejante torpeza política y la banalización del terrorismo y la humillación a las víctimas que supone ocupe la prioridad del acto que se supone conmemora la Fiesta Nacional solo evidencia la baja calidad democrática del mismo. Quizá sea cierto que quienes comenzaron esta burda moda de pitar o lanzar groserías de una cutrez machista y cazurra fueran agitadores de extrema derecha, pero en todo caso eso no parece importar al PP, que no se ruboriza por ello y es el primero que jalea e impulsa la protesta. Tan ufano Feijóo de derrota en derrota de la mano de Vox. Son fanáticos creyentes de las proclamas golpistas contra un Gobierno legítimo y democrático que columnistas, políticos, tertulianos y personajes de la farándula más variopinta animan cada día desde los medios. Los insultos son ya la parte clave del pesado protocolo de una fiesta que pasa desapercibida a la inmensa mayoría de los ciudadanos del Estado. La exhibición militarista, el alarde de símbolos, el tufo inevitable a aquel penoso africanismo militar colonialista, el muy escaso interés ciudadano y el sumisa pleitesía al rey de turno quedan en un segundo plano. Sería un importante avance democrático evitar todo esa suma de patochadas que se repiten cada año.