Y la nave va hacia el puerto de la investidura de Sánchez. En las bambalinas de las diferentes cocinas donde se está preparando el menú de acuerdos final se trabaja a buen ritmo, sin prisas, pero sin pausas. Las aguas además bajan ahora más tranquilas de lo que se podía esperar. Por un lado, la discreción está siendo un factor clave en los avances y negociaciones. Y por otro, las estrategias de desestabilización se han ido agotando así mismas en la repetición con cada vez menos ecos de los discursos de confrontación y amenazas. Tanto por el PP y por Feijóo y los medios afines a las derechas en Madrid –uno y otros ya salieron trasquilados de las urnas el 23-J–, como por los intentos de poner palos en la rueda desde viejos sectores socialistas a los pactos entre el PSOE y el resto de las fuerzas que deben poner sus votos –PNV, EH_Bildu, ERC, Junts, BNG y quizá también Coalición Canaria–, para reelegir presidente a Sánchez antes del 27 de noviembre. El deambular de González por los medios resulta ya más cutre que triste. Incluso se habla ya de fechas alrededor de la segunda semana de ese próximo mes. Se prefiere llegar a acuerdos ahora y poner en marcha la Legislatura a tener que ir irremediablemente a una repetición electoral en enero. Sería un fracaso político de calado y su coste electoral también de calado para los responsables. No obstante, más allá de la investidura como hecho político, el periodo que se abre apunta a una Legislatura convulsa en la mayoría que la posibilita. No hay más que leer el acuerdo que acaban de hacer público PSOE y Sumar para formar un nuevo Gobierno de coalición.
Sánchez se asegura el apoyo de la militancia a sus negociaciones pero Esquerra eleva la presión
Demasiadas buenas intenciones para avanzar o impulsar las cuestiones más importantes, pero menos, en realidad pocos, compromisos escritos reales en el papel. Un acuerdo que abre la puerta a la necesidad de negociar leyes y decretos uno a uno. Un modelo de gestión de la mayoría que siempre estará sujeto a los riesgos de la inestabilidad o los desacuerdos, sobre todo quizá en los pasos que, más allá de la amnistía, se requieren para avanzar en la solución del conflicto político en Catalunya y también para la asunción política e institucional real de la plurinacionalidad del Estado. Como retos junto a la agenda social, la recuperación de derechos y libertades civiles, políticas y laborales laminadas por los anteriores gobiernos conservadores y la regeneración democrática inaplazable de las estructuras del Estado son apasionantes. No sé si de aquí a la fecha de la votación de investidura los deberes para garantizar al menos cierta estabilidad de partida –la aprobación de los Presupuestos–, estarán hechos a todas las bandas necesarias. Tiene Sánchez eso sí la ventaja de que Feijóo y el PP, encadenado de forma voluntaria a marchar de la mano de la ultraderecha de Vox y con el otro único apoyo de un diputado de UPN, está peor. Lo mismo a nivel interno en el propio PP y en los medios conservadores más próximos a los populares, donde cada vez aparece Feijóo más señalado en editoriales, columnas y tertulias, como en la percepción social que reflejan las encuestas de opinión pública. Para empezar, ventaja suficiente para echar a andar por el camino de la Legislatura una vez que la nave llegue al puerto de la investidura. Y luego que Dios reparta suerte en el acierto. Más o menos así veo la cosa. Igual ni tan mal.