Vamos no sé muy bien hacia dónde como sociedad si lees que el 75% de las madres navarras que dieron a luz en 2022 tenían más de 34 años y que apenas un 7% son menores de 30 años y solo un 23% menor de 34 años. Las parejas -normalmente hombres, aunque lógicamente no siempre- suelen ser por lo general incluso algo más mayores, con lo que estamos delante de maternidades y paternidades en muchas ocasiones muy tardías y con consecuencias que escapan a mi capacidad, pero que imagino que las tendrá, y muchas. Las causas de que esto sea así siempre suelen señalar al tardío acceso a trabajos estables mínimamente confiables, a una vivienda en condiciones y a ingresos anuales dignos, más allá de que por supuesto existe un cambio de mentalidad a la hora de que las mujeres quieran aparcar un tiempo su vida laboral para embarcarse en la maternidad, con el riesgo que eso supone en el caso de muchas de ellas, con trabajos peores y peor pagados que ellos.

El caso es que nos encaminamos cada vez más –esta tendencia lleva ya décadas entre nosotros, solo que se agudiza– hacia saltos generacionales muy importantes –y lo digo con conocimiento de causa, que tuve al enano con 40, le hablo de cosas a veces que son el paleolítico inferior– y hacia escenarios de a saber qué consecuencias sociales, económicas y laborales. No es lo mismo criar hijos con 30 que con 50, como no es lo mismo a nivel laboral o de cuidados, puesto que en muchos casos se está juntando el cuidar de los hijos a la vez que cuidar de los padres, esos mismos que con mas de 70 o 75 años han tenido que hacer de segundos progenitores ante la imposibilidad de sus hijos de poder atender como quisieran a los nietos. Esto no sé si merece un observatorio de esos que se casa del abrigo el Gobierno de Navarra, pero no estaría de más, puesto que la dinámica es obvia y tiene afecciones en absolutamente todas las capas y perspectivas.