En el plano lumínico soy franquista. Franco estuvo listo cuando en 1940, para tener la misma hora que Alemania, hizo que a las 4 fueran las 5. Le quitó una hora a ese primer día, vale, pero permitió que hoy no anochezca a las cinco menos 3 sino a las 6 menos 3. Si no fuera por Franco y su cabezonería gallega y que era un dictador persistente, en diciembre se nos haría de noche a las 4 y media, que es a la hora en que se hacía de noche en Navarra en invierno antes de 1940. En verano, se hacía de noche a las 8 de la tarde –ahora es a las 10, porque a la hora que nos sumó Franco se suma la del horario de verano que ponemos a final de marzo–. Por eso los encierros de San Fermín antes eran a las 6 de la mañana, luego fueron a las 7 y desde 1973 a las 8. Vamos, que en realidad llevamos solo 50 años con el cambio de hora doble en invierno y verano.

A mí el de invierno me sienta como una patada en las pelotas, dicho sea de paso, y ya no sé dónde ha quedado aquello que se habló hace unos años de que había llegado el momento de que cada país eligiese en qué horario se quería quedar –invierno o verano– y acabar de una vez con el cambio este, que ya no parece que tenga como lo debió tener los primeros años el efecto de ahorro económico que se buscaba. Ahora, según muchos estudios, es indiferente para la economía estar con horario de invierno que de verano, aunque algunos apuntan a que para un país turístico como este que anochezca más tarde es más positivo, aunque otros señalan, no sin razón, que para nuestro organismo sería mejor volver al horario solar. Yo voto por horario de verano, aunque nos situase dos horas por encima del horario solar que nos corresponde. ¿Que amanece en invierno a las 9? Pues no pasa nada, si las dos primeras horas del día vas con el piloto automático. En cambio eso de anochecer a las 6 y media sería un lujo. Ya es suficientemente oscura la vida.