Imprescindible del periodismo que nos acaba de dejar a los 92 años: José María Carrascal ha muerto como siempre quiso, con las botas puestas. Su última columna apareció solo un par de días antes de irse de corresponsal al otro barrio. En la mayoría de los obituarios lo han recordado como el extravagante presentador que lucía corbatas imposibles y que terminaba el informativo de la naciente televisión privada mostrando “las fotos de los terroristas más buscados” antes de despedirse “hasta mañana, al filo de la medianoche”.
Ese fue un personaje muy bien creado que luego dio paso a una caricatura cavernaria. Pero para entonces ya tenía una trayectoria profesional de muchos quilates difícilmente imitable por los de su generación y los que vinieron después. Y en lo humano, como pude comprobar, también era un gigante. DEP