Siempre he creído más en la educación que en la prohibición, en poner límites y explicar lo que hay al otro lado dejando las puertas abiertas, en lugar de cerrarlas todas. En la sensibilización como herramienta para cambiar las cosas. En la información como base de la libertad de elección. Me acuerdo de los tiempos de la pandemia y de las recomendaciones sanitarias sabidas por todos y todas que casi nadie cumplía hasta que se volvían prohibición. Y eso que estaba en juego la salud. Pienso en todo esto viendo las corrientes lanzadas desde haces unas semanas en las que padres y madres se están uniendo para tratar de retrasar la edad del primer móvil para los menores y se posicionan a favor de una regularización restrictiva de estos a nivel social y educativo. La iniciativa tiene su lógica ante la creciente preocupación de lo que está pasando entre los niños y niñas y adolescentes por el cada vez más temprano uso de los teléfonos móviles inteligentes, con Internet y acceso a todo lo que ello supone. Móviles que en todos los casos han sido comprados por los adultos, que también son quienes se los prestan en muchos momentos antes de que los menores tengan el suyo y que en definitiva son quienes tendrán la última palabra en cualquier cosa que se decida.

Desde el ámbito educativo llevan tiempo alertando del empeoramiento de la comprensión lectora de las nuevas generaciones y de lo que los móviles, en su mal uso, pueden acarrear en cuanto a conflictividad y posibles casos de acoso escolar o bullying. No es nuevo por tanto el debate sobre la edad adecuada, que hasta ahora se fijaba en los 12/14 años y no es nueva la necesidad de tratar de retrasarlo hasta los 16 años en la medida que se ve más como un peligro que como una oportunidad. Y compartiendo que cuanto más tarde mejor, no creo que una prohibición por ley del uso de los móviles antes de los 16 años sea a estas altura la solución. Sería como un fracaso social, la constatación de no haber sido capaces de gestionar entre los ámbitos implicados, familias, centros educativos y entorno social el uso de una herramienta que ya es parte de la vida de los adolescentes y del resto de generaciones, porque hoy en día casi todo pasa por esa pequeña pantalla en una sociedad digitalizada. Para que el móvil tenga una función educativa es importante que haya debate y acuerdo entre los centros escolares, las familias y el alumnado y contar con ellos para saber qué les supone la llegada del móvil a sus vidas. Comparto la tesis de Catalunya de que no se trata tanto de prohibir como de educar. Y educar no es solo regular el uso del móvil dentro y fuera del aula, con la amenaza de multar, sino quizás abordarlo como una asignatura más, para el alumnado y para el resto.