Pasarán los años y la tierra continuará vomitando las tragedias provocadas por el golpe militar de 1936. Del alcance de la represión desatada tras el Alzamiento planeado por el general Mola en Pamplona -ese Alzamiento por el que han clamado grupos de ultras durante las protestas contra Pedro Sánchez-, de la cantidad y crueldad de los asesinatos cometidos en Navarra, podemos tener una idea aproximada por los restos que siguen apareciendo en campos y cunetas, testimonios óseos de personas de las que no quedó referencia de su localización y que fueron ocultadas en fosas comunes.

En el siglo XIX hubo tres guerras civiles en cuarenta años que enfrentaron a carlistas y liberales; sin embargo, ninguna de ellas dejó las secuelas del conflicto desatado tras el golpe militar contra la II República. Es este un capítulo de la historia no cerrado porque cualquier nueva identificación de un cadáver trae a la memoria (la personal y la histórica) el drama de gentes que murieron frente a un pelotón de fusilamiento. Ya lo expresó el escritor franquista José María Pemán: “Una guerra civil nunca termina del todo cuando oficialmente termina”.

Ayer por la mañana, el Gobierno de Navarra entregó a su familia los restos de José Creagh Lecároz, un sevillano identificado recientemente tras la exhumación realizada en el cementerio de Berriozar. Creagh era un estudiante de Medicina y sindicalista de ideología anarquista que, con 20 años, fue condenado en 1934 en Sevilla y enviado a la prisión del monte Ezkaba en junio de 1936. Parece que su asesinato y el de otros 20 reclusos tiene que ver con el intento fallido de fuga ocurrido en octubre de 1936.

José Creagh es, por el momento, el único identificado en esa fosa común. Su biografía y su memoria han sido recuperadas mientras que el resto siguen sumidos, por falta de muestras genéticas, en esa bruma que expandió sobre ellos el franquismo, el miedo después y ese borrón y cuenta nueva de la llamada entonces Transición, hoy claudicación. Desde 2015, el Plan de Exhumaciones del Gobierno de Navarra ha recuperado 155 cuerpos de víctimas de la represión franquista, pero aún quedan fosas por abrir. Fue el filósofo francés Georges Bernanos quien dejó escrito: “Después de una guerra civil, la verdadera pacificación empieza siempre por los cementerios”. Aquí han pasado ya 84 años y hay tumbas vacías y lápidas en blanco.