La extrema derecha racista, antieuropeísta y negacionista –un compendio de lo mejorcito, eso sí bajo el eufemismo de Partido de la Libertad–, ha sido la lista más votada en las elecciones de Países Bajos y ha logrado 35 de los 150 escaños de su Parlamento. La lluvia fina ultra sigue desparramándose por toda la Unión Europea. La ultraderecha ha crecido, ha aumentado su poder y hoy ya ha logrado desplazar en buena parte de la UE la democracia hacia el autoritarismo. Siempre con el denominador común de buscar un otro como enemigo a batir desde los discursos más demagógicos. Están ya en el poder en buena parte de Europa. Basta ver las seis comunidades y casi 300 ayuntamientos en el Estado español donde ya gobierna Vox con el PP. Y no sólo en Europa. El viejo fantasma se expande por todo el mundo, sobre todo también en América Latina y EEUU con la victoria del ultraderechista neoliberal Milei en Argentina como última conquista. Geert Wilders ha ganado en Países Bajos, otra cosa es que llegue a gobernar, con el mismo discurso de la extrema derecha alemana o el de Trump en EEUU: devolver los Países Bajos a los holandeses.

Un mantra simple, pero efectivo en el imaginario colectivo europeo al compás del creciente rechazo a las políticas migratorias de asilo y acogida. Un malestar creciente como caldo de cultivo en este auge ultraderechista al que es evidente que la políticas oficiales democráticas no están sabiendo responder con eficacia . La extrema derecha está consolidada en Francia, Alemania, Hungría, Polonia –pese a que acaban de perder el poder en las urnas–, Grecia, Italia, Estonia, Suecia, Finlandia, Portugal o Israel, entre otros países. La ola reaccionaria que surge de la desvergüenza de quebrar los principios fundacionales de la Unión Europea, la base de solidaridad de un modelo de convivencia basado en los derechos humanos, y la deshumanización como ejes ideológicos aparecen de nuevo en la negra historia de la humanidad. Sus consecuencias son siempre desoladoras. Controlan amplios espacio de poder en las estructuras de los Estados de la UE, disponen de una financiación masiva y cuentan con una amplía capacidad de difusión de sus consignas en medios y redes.

El ejemplo de los chats de menores en centros educativos de Gipuzkoa con contenidos pornográficos, machistas y xenófobos mezclados con mensajes de ideología ultra es significativo de cómo utilizan cualquier medio para expandir sus mensajes de odio. Ese camino siempre tiene el mismo recorrido: un discurso falso sobre seguridad ciudadana, con claros tics antidemocráticos en el espacio de los derechos civiles, sociales y laborales, un populismo xenófobo en la inmigración, la persecución de las minorías y la exaltación simbólica de un nacionalismo patrio casposo y cochambroso. Un modelo encaminado hacia un sistema reaccionario y autoritario como sustituto de la democracia. E insisto, un discurso favorecido por unas políticas migratorias de integración e inclusión obsoletas para la realidad actual y condicionada en buena medida por las estrategias de las mafias. Ese avance ultra es la mejor metáfora del alejamiento en este siglo XXI de los principios originarios de solidaridad, justicia y derechos humanos del proyecto europeo. Normalizar al fantasma vuelve a ser, como en el siglo XX, el peligro.