Gordito Relleno era un personaje de los tebeos. Un tipo inocente, víctima de gente maliciosa que le engañaba constantemente. Recuerdo una cantinela de los remotos tiempos escolares: “Gordito relleno, con pan y veneno...”. El objeto de aquella mofa siempre era algún niño entrado en kilos.

Los obesos y los que llevaban gafas solían ser carnaza para los despiadados; para lo segundos, tirando también de cómic, estaba el apelativo de Rompetechos. Ser un niño gordo, si a esa edad no hacía ya gala de entereza, no era fácil entonces, tampoco ahora. Hoy, lo preocupante entre los menores es la epidemia de obesidad, de la que no dejan de avisar los médicos, tanto como el acoso o la marginación.

Frente a esta alerta sanitaria están también las personas de tallas grandes, con algún kilo por encima de las tablas pero orgullosas de su cuerpo y que luchan por romper los estereotipos sociales que muestran figuras apolíneas como canon a seguir. Pero, ya digo, preocupa esa gordofobia contra la que se rebelaba la actriz Itziar Castro, fallecida el jueves, que se ganó un sitio en el mundo del espectáculo con su cuerpo grueso rompiendo moldes y complejos. Pero, no confundamos afectos con responsabilidad: tan importante como terminar con las burlas es tomar conciencia de que un exceso de kilos en el cuerpo supone un serio problema de salud.