Visto el estruendo insoportable en que sigue instalada la política española –ahora además con Pamplona incrustada con formas vergonzantes en esos discursos de tintas bélicas–, algo que ocurre cada vez que la derecha pierde en las urnas la mayoría democrática en el Congreso y el Gobierno, y llegando al inicio de la Navidad, casi mejor escribir hoy de lo importante. Resulta creo imposible no imaginar este presente en las tierras de Palestina, la mítica Tierra Santa de la cristiandad, al disfrutar del arte de los belenes con el nacimiento de un niño en un pesebre en un cobertizo destartalado o en una cueva junto a su madre y su padre y la compañía de un asno y una vaca. Ese niño sobrevivió un tiempo antes de ser inhumanamente sacrificado en los altares del poder político y religioso que imperaba allí hace más de 2.000 años. Al menos a mí, se me cruzan las imágenes y los vídeos de esos miles de niños y niñas asesinados, heridos, llorando perdidos en medio de una matanza igualmente inhumana. El lunes, día de Navidad, se cumplen 80 días de violencia constante contra los palestinos de Gaza y de Cisjordania. Más de 20.000 personas asesinadas por bombardeos, disparos y ataques indiscriminados del Ejército de Israel. Y nada indica que se acerque un final a este genocidio planificado en un horizonte cercano. Ni tampoco la liberación pactada y ordenada de los rehenes en manos de Hamas. Ni siquiera se prevé la pausa de Navidad que suele acompañar a estos días en tiempos de guerra. No hay sitio para los buenos deseos de paz en Palestina. Los días se suceden y la estadística de muertos y desaparecidos bajo los escombros sigue creciendo ante la pasividad internacional. ¿Cómo hemos permitido esto? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí otra vez? Es evidente que el ser humano tiene una tendencia innata a tropezar una y otra vez en la misma piedra. Más aún cuanto peores sean las consecuencias del tropiezo en esa piedra. ¿Por qué no se para esta matanza? Hay instrumentos legales, políticos, jurídicos, económicos e incluso militares para obligar a Israel a detener su acción de venganza y destrucción en Gaza y Cisjordania y a respetar el derecho humanitario y la legalidad internacional, pero no se utilizan. Hay una generación entera de políticos –sobre todo pensando en Europa–, que va a quedar marcada para la historia que venga por su ineficacia a la hora de cumplir sus obligaciones con los principios fundaciones que sostienen el proyecto original de la UE. El Gobierno de Netanyahu sigue dispuesto a arrasar las tierras y las ciudades palestinas en Gaza y Cisjordania y a expulsar a casi dos millones de personas de sus casas y nadie parece capaz o interesado de verdad en frenar esa limpieza étnica. Millones de personas se movilizan por todo el mundo, pero las instituciones que les representan permanecen paralizadas ante lo que está ocurriendo y que se muestra en directo cada día, muchas veces porque los propios protagonistas de esas violaciones de los derechos humanos y de las leyes de guerra lo muestran públicamente orgullosos de sus actos. Es de una insensibilidad incomprensible. En esta época del año, tan volcada en temas solidarios, las buenas intenciones según dónde y para quién. Dicen que ya está aquí la Navidad. Pero en Belén ahora, como una noche fría de hace más de 2000 años, no es verdad.