Joven Orquesta de Pamplona (JOP)

Intérpretes: Vicent Barbeta, bombardino. Coro Infantil de Orfeón Pamplonés (Teresa Apesteguía, directora). Mirari Etxeberría, dirección. Programa: Obras de Bert Appermont (Bélgica 1973) y Schostakovich; y villancicos populares y de Iñigo Casalí, Junkal Guerrero y Eva Ugarte. Lugar: Sala de cámara del Baluarte. Fecha: 4 de enero 2024. Incidencias: Lleno (15 euros).

Ya llevan unos años juntándose en vacaciones de Navidad para hacer música y amistad. Provienen, la mayoría, de ese período medio avanzado de la formación musical en el que prima el entusiasmo por la música, por el descubrimiento de los primeros resultados placenteros que da el arduo trabajo del aprendizaje: el mejor, sin duda, el tocar en una orquesta y recibir el inigualable sonido sinfónico. El programa fue una exhibición de buena y bien interpretada música, por parte de todos, principiantes, y solista consagrado; y en los atriles, la entretenida y siempre bien recibida Jazz Suite n. 2 de Shostakovich, y un concierto para bombardino, instrumento que rara vez sale al proscenio. Un descubrimiento. En el pódium, Mirari Etxeberría, que dirigió, y trasmitió, el mismo entusiasmo; dominó perfectamente las partituras, matizaba más con la expresión que con un gesto exagerado de brazos, y esa misma austeridad de movimientos recalcaba la eficacia de lo fundamental. Me gustó el tempo que imprimió a todo: el apropiado para que la orquesta luciera su virtuosismo con limpieza y sin remolonear; y, por otra parte, sin agobiar a los músicos, sin que nadie se sintiera por detrás de lo exigido. The Green Hill, de Appermont, es una obra para bombardino y orquesta de viento que exalta la sombreada sonoridad del instrumento, y que exige de su intérprete, en principio, un fiato (dosificación del aire) considerable. Vicent Barbeta se luce. Desde esa colina verde, que nos propone, abre horizontes de sonidos amplios, redondos, épicos en algunos pasajes, e, incluso juguetones, en otros. Resaltan los reguladores, y, también el ritmo de jazz que imprime a un instrumento que, en principio, nos parecería pesado. Buen acompañamiento de la orquesta de viento, cediendo el protagonismo al solista, pero con presencia de sonoridad empastada y detalles solistas de los tutti.

La suite de jazz tuvo el colorido, alegría y exaltación tímbrica que propone Schostakovich. Desde el flautín hasta las láminas, pasando por la trompeta con sordina, la virtuosa digitación de la cuerda (impecable en la dificultad), o el brillo del conjunto. Todo fue una fiesta. Insisto en el tempo bien elegido porque la directora dejaba cantar a los solistas (saxo, acordeón, etc); y, así mismo, tempo de vals también fue acertado, sin caer en la excesiva melosidad, pero dejando que trombón y saxo se recrearan en el legato. El final, muy brillante, y siempre marcado por la jovialidad, como toda la interpretación.

Como, además, se cerraba el ciclo de Navidad, la jovencísima formación, invitó, dentro de su idea pedagógica, a la Escolanía del Orfeón Pamplonés. Una cariñosa colaboración que nos deparó interesantes cosas musicales. Con el título de Ur Golena Ur Barrena (rito ancestral vasco ligado al Año Nuevo y al agua nueva) se van hilvanando villancicos tradicionales y otros de Casalí, Ugarte y Junkal Guerrero. Este último hace una orquestación respetuosa y se podría decir que llena de ternura, para que los niños se sientan bien acompañados. La escolanía se lo pasa bien, y Mirari Etxeberría también tiene mano con los niños, otra virtud de la directora. La titular de la escolanía, Teresa Apesteguía, cierra la sesión con los críos entre los músicos, cantando y bailando Feliz Navidad a lo Travolta. Ha sido una sesión optimista, balsámica, de emociones cercanas –los abuelos de los niños…–, pero también de enjundia musical. Al fondo, claro, ilustres profesores de violín (Kolar), oboe (Lecumberri) y violonchelo (Lacasta).