Que se juegue la Supercopa de España en Arabia Saudí es de todo punto lógico si el país que se propone como sede paga 40 millones de euros por el asunto –y se queda tan ancho– llena las arcas del organizador –la Federación Española–, del intermediario de la gestión –la empresa de Piqué– y además se llega a defender todo este cotarro como normal porque “esto es el mercado amigo” y la tela es la tela y tal y tal. Teniendo en cuenta que Arabia se ha gastado 7.000 millones de dólares en los dos últimos años en eventos deportivos, lo que se llama sportswashing –blanqueo deportivo para desviar la atención de comportamientos cuestionables referentes a derechos humanos–, la cifra de la Supercopa de España –se juega en breve allí la Supercopa de Italia, a más de 20 millones por año– es una menudencia, una gota de agua en un océano de inversiones estratosféricas, con dólares que sobran para esas cosas, aunque falten para otras. Allí se tiene el dinero por castigo, y el castigo para el primer mundo es poner un precio tan alto que impide la negociación con la propia conciencia. La de algunos.

Al jugador del Real Madrid Toni Kroos le pitaban el otro día en los encuentros que jugó en Riad porque dijo hace unos meses que “irse a Arabia es una decisión por el dinero y contra el fútbol. Además, la falta de derechos es lo que me impediría irme allí”. A Kroos le abucheaban porque expresó una opinión y a la hinchada local le parecería mal su mensaje, o como mentira su argumento o le consideraban un ignorante que no sabe de negocios. Las ofertas en Arabia no son propuestas para cualquiera, sino que afectan a deportistas millonarios que engordan suculentas cuentas fruto de trayectorias excepcionales. Vidas resueltas que quizás, con este regalo final, estén buscando algún tipo de misión última colándose en el tuétano del monstruo y así creerse que serán los primeros colonos de la transformación, que para eso hemos venido.

Ponerse en el mercado cuando se tiene dinero de sobra no deja de ser una curiosa interpretación de la felicidad.

Rafa Nadal se acaba de convertir en embajador del tenis de Arabia Saudí. “En el país las mujeres son ciudadanas de segunda, las personas LGBTI sufren discriminación, las y los trabajadores migrantes viven en condiciones de semiesclavitud, las y los activistas y opositores son encarcelados y cada año ejecuta a cientos de personas”, ha dicho Amnistía Internacional.

Es fácil hablar del dinero de los demás, como sería simple considerar que todo la crítica a la emigración fastuosa de deportistas se explica por pura envidia. En el mercado también venden tapones para los oídos. Muy gordos.