Quienes realmente están pagando el pato de las políticas de vivienda que antepusieron en décadas anteriores el ladrillo al bienestar comunitario, la creación de barrios residenciales sin dotarlos previamente de servicios, son los chavales de entre 0 y 15 años que tienen la mala costumbre de crecer, aprender y enfermar.

Es el caso de Erripagaña (unos 13.000 vecinos y quedan 500 pisos por hacer) donde más de 3.000 niños y niñas van a tener que esperar al 2027-2028 para estrenar el nuevo centro de salud. La escuela infantil (Gobierno de Navarra) estará lista para el curso 2025-2026, el polideportivo está a la espera de partida presupuestaria (Burlada) y de un nuevo colegio ni se habla. Para cuando estos chavales crezcan los flamantes edificios dotacionales tendrán que ser tuneados como gaztetxes.

Ha sido necesario que el consultorio de Sarriguren, el de referencia para el barrio, colapse en atención pediatrica (2-3 días de espera) para que se derive a las familias al centro de Mendillorri. Se sabe que el nuevo centro de salud de Erripagaña (solar de Burlada y ya se ha licitado la obra con cuatro años de retraso) no estará listo hasta 2027-2028 y entorno al 20-25% de la población actual sigue empadronada en su barrio de origen precisamente para conservar a su médico.

El ritmo de desarrollo de los nuevos barrios nos hace reflexionar sobre el modelo de ciudad que debemos planificar pero también la forma en la que debemos aportar soluciones imaginativas para cubrir las necesidades cuando éstas se detectan. Ahora que Ejecutivo y ayuntamientos (Burlada e Iruña) pueden hacer match no estaría de más montar un consultorio provisional -¿quizás en el local vecinal que cedió Burlada?- con las mínimas garantías para poder dar servicio al menos dos pediatras. El armazón de hormigón es lo de menos y, cuando hablamos de educación, salud y deporte, siempre llega tarde.