El cartel de la Semana Santa de Sevilla trae debate. Me distraen mucho estas cosas por su capacidad de revelar cómo y desde dónde miramos.

El cartel representa a Cristo Resucitado. Donde hay quien ve un joven rubio de aspecto contemporáneo que señala la llaga del tórax hay quien detecta blasfemia, apariencia gai e incluso de Podemos. Queda claro que el mirar no tiene límites y a la imagen no se le puede negar capacidad de sugerencia.

El protagonista del cartel va cubierto con el paño de pureza o perizoma que tapa lo que estos retales vienen tapando en todos los cristos. Su autor ha dicho que la prenda es idéntica a la que cubre al Cachorro, un cristo igualmente sevillano pero barroco y agonizante y por lo tanto más dramático, más moreno, con la anatomía más perfilada y seguramente más más cosas para muchas personas, pero ¿en base a qué? Sigamos comparando lo que hay y lo que se ve.

Del cristo nuevo se ha dicho que va depilado, pero ni el Cachorro ni el resto de cristos tradicionales e incontestados, crucificados o resucitados, tienen vello.

Sospecho que puede que haya quien piense que la suavidad y delicadeza del cristo nuevo no sean atributos propios de un cuerpo (masculino) glorioso, que la gloria pide acción, tensión, algo más de vigor iconográfico.

Sin embargo, esta imagen de la polémica tiene un cierto parentesco con los sagrados corazones, también castaños claros o rubios, también tranquilos, señalándose el pecho. Con su retórica azucarada y a pesar de no representar la virilidad más recia, los sagrados corazones, sus dulces miradas y sus melenas no causaron una respuesta similar. ¿Tenían otro público?

La polémica apunta en una dirección, qué rasgos humanos pueden asimilarse a lo sagrado. Qué jerarquías están implícitas. Para mirarlo y pensar.