Galicia optó el domingo por mantener el mismo rumbo político por el que navega desde 1981 y sumar en las urnas la quinta mayoría absoluta consecutiva. La pulsión de cambio no fue suficiente y el aumentó de voto al BNG como opción últil tampoco llegó a puerto tras el retroceso del PSOE y el estrepitoso fracaso de Sumar y de Podemos, que se quedan fuera de la Cámara gallega. Ambos sumaron menos votos que Vox. Aunque seguramente hacer una lectura de los resultados centrada exclusivamente en la perspectiva política del Estado sea un error, es también inevitable. Galicia abría un ciclo electoral que continuará en abril en la CAV y en junio con las elecciones europeas y Feijóo ha salido airoso de este primer envite endosando además una dura derrota al PSOE y dejando en un mal lugar al Gobierno de coalición de Sánchez con Sumar. Refuerza su liderazgo interno en el PP y suma un aliado más, Alfonso Rueda –el presidente andaluz Moreno Bonilla sería el otro–, para templar a los sectores más derechistas que controlan la política en Madrid.

Y de paso, el PP se ha impuesto con claridad a la ultraderecha en Galicia, un aliado que cada vez es más un lastre que un apoyo para Feijóo. Aún así, el resultado es menos espectacular en número y porcentaje de votos que en el reparto de escaños. La suma de PP y Vox gana por apenas 30.000 papeletas a BNG, PSOE y Sumar, un 45,7% frente a un 45,5% con la ventaja del modelo electoral de Galicia. Y falta el voto exterior. Pero es cierto que si Sánchez esperaba que un cambio en Galicia pudiera ser un golpe definitivo al liderazgo de Feijóo ha sido al contrario. El muy mal resultado de los socialistas gallegos, con un importante traspaso de votos al BNG –basta comparar los votos del 23-J con los de este domingo–, le apunta indirectamente también a él y a su Gobierno. Es, además, otro ejemplo de que hay territorios en que no se vota siempre igual en unas elecciones autonómicas que en unas generales, también sucede en Navarra, la CAV o Catalunya, sobre todo cuando lo que están juego en el poder central parece demasiado peligroso desde el punto de vista democrático y de la convivencia territorial. El BNG es el otro ganador en Galicia. Ha sumado un electorado que ya se mostraba creciente los últimos años y papeletas de socialistas y de la izquierda y, sobre todo, a los menores de 35 años que vieron sus siglas como un voto útil en Galicia.

Tiene un buen liderazgo en Ana Pontón, pero sobre todo tiene una estructura y organización territorial que penetra en toda Galicia, comparable solo con la que cuenta el PP. Su discurso ha estado centrado en Galicia y en los asuntos que preocupan a los gallegos y gallegas y eso le ha permitido consolidarse como alternativa posible quizá en un plazo no muy lejano. El escaño de Democracia Orensana es irrelevante en el escenario que dejan las urnas y del ridículo de Sumar y Podemos no hay mucho más que añadir, solo que es una derrota que deja muy cuestionado el liderazgo de una Yolanda Díaz que no acaba de consolidarse tras dos años de guerra total con Podemos. La política española lleva tiempo transitando por zonas permanentes convulsas y no parece que a los resultados electorales de Galicia le vaya a seguir un periodo de calma. La CAV será la próxima parada. Quizá sea bueno pensar que el PP tuvo que cambiar de estrategia a mitad de campaña y hablar más de Galicia que de la política española que dicta Madrid. Es donde está el juego.