Se jubilan Marcela Abárzuza y Rafa, su chico, tras muchos años al frente de la Librería Abárzuza de la calle Santo Domingo, uno de los últimos paraísos del papel impreso que van quedando en la ciudad, aunque aún resistan unos cuantos y cuantas frente al poder implacable de la tecnología y todas sus nuevas maneras de encontrar ocio antes que en un libro o que en una novela. Tengo un recuerdo personal fantástico de Marcela, porque solo en algunas ocasiones uno o una tiene la oportunidad de demostrar la clase de persona que es y Marcela me lo demostró sin titubeos hace más de 25 años, cuando puse una pequeña librería unos cuantos cientos de metros alejada de la suya, pero a fin de cuentas otra librería, también con papelería y prensa y revistas, como la suya. No es que no le importara el hecho, es que cuando crucé la puerta de su librería para contarle lo que iba a hacer y para pedirle consejos e información y contactos se deshizo en atención y cariño para contarme lo básico y más de un negocio como aquel en el que yo era todo un besugo. Ya conté en su día que me pasó lo mismo con Iosu Mujika, de Auzolan. De ambos había sido cliente habitual y ambos me demostraron en aquel período de qué clase de pasta estaban hechos, aunque solo sea una anécdota dentro de la forma de ser de Marcela y Rafa, que han hecho de su librería un punto de encuentro del barrio y sus habitantes desde hace décadas gracias a su conocimiento, carácter y bondad, ofreciéndose siempre para mejorar el barrio y la profesión de libreros y el comercio en general. Ahora, en breve, lo dejan y encontrarán el más que merecidísimo descanso tras muchos años de dura brega tras el mostrador, un trabajo duro y psicológicamente muy exigente. Quieren buscar alguien que siga con el negocio y aunque ya no estén ellos, sería una buena noticia. No tenemos la ciudad para perder lugares así de acogedores y positivos.