Mientras la vida, el presente, pasa rápido, el pasado transcurre lento. Quizás porque lo vivido, paradójicamente, es un tiempo en el que ya no pasa el tiempo, donde las emociones se anteponen a los hechos. Los recuerdos dibujan vivencias con un tono distinto a lo que fueron, a veces más nítidas, cuando son buenas, otras borrosas, cuando reflejan algo lejano o que nos ha hecho daño, como si desenfocar la realidad pasada nos ayudara a enfocar mejor el futuro. Y puede que sea así. El presente tiene sonido, el pasado es silencioso y quizás por eso nos resistimos a aceptarlo en lo cotidiano, igual que preferimos mirar para adelante y seguir antes que parar. Esa pausa necesaria. Romper el dicho de que el silencio es incómodo para pensar que a veces callar y escuchar es la mejor forma de expresar algo.

Nos cuesta, nos incomoda, nos descoloca, porque en el silencio todo se nota, nada puede esconderse. Por eso nos movemos en el ruido, la mezcla, la confusión, lo que no acaba de estar claro del todo. Miramos menos, pero cada vez queremos ver más y nos conformamos con lo visto. Y que todo sea antes y más rápido, para ya, como si realmente no hubiera mañana. Pero lo hay. Igual que siempre hay un ayer antes que hoy. De todo esto se está hablando, a veces sin palabras, en el Festival Punto de Vista, ese punto de encuentro entre el cine documental y el espectador/a en el que se abre una ventana a historias nuevas. Es un festival que tiene su público, que es el que es, y que no sería igual si el cine que se proyecta fuera otro. Un espacio para mirar y ver de otra manera.

Oskar Alegria y su último trabajo Zinzindurrunkarratz fue el encargado de levantar el telón. Un camino olvidado, una vieja cámara Super 8 y el burro Paolo. Una radio, un embudo y un kaiku. Esos son, de tres en tres, los protagonistas de este recorrido poético por esa memoria de otro tiempo. Una película sobre la voz del pasado, “lo único que nos persigue”, llena de silencios. Una historia hecha de principios, casi sin final, construida con imágenes mudas y sonidos ciegos. Un viaje que nos lleva a un lugar diferente según cada mirada. La mía se fue directamente a la vida de mi aita, a sus noches al raso como pastor, a la trashumancia del Pirineo a la Bardena, a la soledad y el silencio con el que compartió tantos años de su vida y siempre le acompañó. “Lo más sagrado de un pastor es su silencio”. Y me llevó a la guerra, a ese horror que te arrebata todo de golpe. Dice Alegría que hace cine para “sacar algunas palabras del olvido” y con ellas rescatar lo que significaron. Esas valiosas palabras que suenan cuando se escucha el silencio.