La semana en la que las irregularidades por la compra de material sanitario apuntan al entorno de Isabel Díaz Ayuso, se aprueba la Ley de Amnistía y parecía despejarse el camino de la gobernabilidad en España, Cataluña anuncia elecciones para el próximo 12 de mayo. Serán después de las vascas (21 de abril) y previas a las europeas (9 de junio). Dos meses de campaña electoral con presupuestos prorrogados, el debate de la amnistía en el Senado y el caso Koldo en plena instrucción judicial. Casi nada.

Todo estaba en el guion salvo las elecciones catalanas, precipitadas por la derrota de los presupuestos de Pere Aragonès. Un movimiento inesperado que busca pillar al PSOE enredado en la corruptela postpandémica y a Junts, su principal rival electoral, sin un candidato viable.

Añadir ruido al ruido de la corrupción sirve para diluir responsabilidades pero acaba pasando factura al conjunto de la clase política.

Es posible Carles Puigdemont acabe liderando la lista electoral, con lo que ello implica desde el punto de vista emocional para el independentismo catalán. Pero también judicial y mediático. Algo que ERC ha tratado de evitar porque la amnistía tardará en entrar en vigor, si es que finalmente lo hace. Si a esto se le suma la sequía, que se puede agravar en los próximos meses, el escenario para el Gobierno catalán solo podía empeorar.

La primera consecuencia ha sido que el Gobierno de España ha decidido prorrogar los presupuestos a la espera de ver si en otoño la situación se clarifica. Era evidente que en estas circunstancias, con el PNV y EH Bildu compitiendo en Euskadi, y ERC y Junts en Cataluña, era complicado negociar nada. Demasiada rivalidad entre los socios de Sánchez, todos imprescindibles para gobernar.

No está claro qué ocurrirá después, porque los escenarios pueden ser muy variables. Desde una entente estable en Euskadi y Cataluña, a un escenario de ingobernabilidad. Sobre todo en Barcelona, donde el PSC aspira a relevar a sus socios catalanes y puede acabar dependiendo de los votos del PP para decantar la Generalitat. Pero eso es mirar demasiado lejos para un Gobierno como el de Pedro Sánchez, acostumbrado a vivir en el alambre de forma habitual.

Los presupuestos importan

Conviene en cualquier caso no ignorar el momento. Prorrogar presupuestos siempre es una mala noticia que no se arregla con un mero golpe de efecto. El escándalo generado en torno de la pareja de Ayuso –otro oportunista que aprovechó su cercanía al poder para hacer negocio en lo peor de la pandemia– ha servido para eclipsar por unos días el caso Koldo. Añadir ruido al ruido y diluir responsabilidades. Pero no deja de ser un triste consuelo que lleva al descrédito del conjunto de la clase política. Y eso, en un momento de crispación como el actual, puede ser nefasto para los intereses de la mayoría de gobierno.

Queda en todo caso mucho tiempo. Y el tiempo por lo general juegan en favor de quien está en la Moncloa. Para un funambulista como Sánchez, resistir cada día no deja de ser una victoria. Rajoy, Rivera, Iglesias y Casado cayeron cuando creían tenerlo contra las cuerdas. A punto estuvo de hacerlo Feijóo en Galicia y quién sabe cómo saldrá Ayuso de la emboscada que se ha encontrado en la puerta de casa.

La aprobación de los presupuestos en Navarra es un logro que, con sus virtudes y defectos, no sería justo subestimar.

Un relato incierto y vertiginoso que contrasta con el escaso interés con el que han salido adelante los presupuestos en Navarra. Por noveno año consecutivo –quinto para María Chivite– la mayoría progresista ha aprobado sus presupuestos de manera rutinaria. Encamina también los de Pamplona, un elemento nuevo en la ecuación que no ha hecho sino facilitar el equilibrio de poder en Navarra, que se sostiene sin dificultades por la fuerza de la inercia.

Sin grandes novedades ni revoluciones. Pero con la cohesión suficiente como para garantizar no solo la estabilidad económica y presupuestaria, también la estabilidad política. Con sus debilidades y sus carencias –las listas de espera, las protestas del sector agrario o la dependencia política de Madrid siguen todavía ahí–, pero también con capacidad para pensar y plantear medidas a medio y largo plazo.

Y eso no es fácil en un escenario en el que conviven cuatro partidos distintos que, empujados por la polarización que impone la derecha, han vuelto a hacer de la aprobación presupuestaria un trámite ordinario. Un logro que no sería justo subestimar.