UPN afrontará con paz interna el congreso del próximo 28 de abril. El acuerdo entre Cristina Ibarrola y Alejandro Toquero garantiza una lista conjunta que previsiblemente será la única, lo que evitará la imagen de división interna que tanto preocupaba en el partido. Pero lo hace a costa de una ejecutiva fragmentada y de aplazar un debate ideológico sobre qué papel debe jugar el partido en nueva realidad social y política de Navarra.

Es en todo caso una buena salida para ambos. Ibarrola se garantiza la presidencia del partido y el control de la ejecutiva con un grupo de afines que da continuidad a la etapa de Javier Esparza. Era el objetivo desde el principio, cuando se lanzó a la carrera cerrando el paso a cualquier opción alternativa. Desde ese punto de vista es una victoria. 

Toquero por su parte logra una vicepresidencia simbólica y con escaso poder orgánico, pero tendrá un grupo de confianza en la dirección del partido. Entre ellos el secretario de organización, la persona encargada del trato diario con los comités locales. Y previsiblemente un puesto en la próxima lista al Parlamento. No es mal resultado después de comprobar que no tenía apoyo suficiente para rivalizar en un congreso con dos listas y en el que una derrota con Ibarrola podría haberle condenado a las galeras del partido.

Alejandro Toquero y Cristina Ibarrola, en la Asamblea General Extraordinaria de la Federación Navarra de Municipios. Patxi Cascante

Este equilibrio se trasladará al comité de listas, clave para la formación de las futuras candidaturas electorales. Quizá pueda parecer lejos ahora, pero es en el fondo lo que se está jugando en este congreso. Quién asume los galones y cómo encara el partido las próximas citas electorales.

Un difícil equilibrio

El reto no es sencillo. Con Toquero en Tudela, centrado en la siempre complicada labor municipal, la gestión del día a día va a recaer en Ibarrola, que ha demostrado un estilo especialmente personalista y poco dado a compartir protagonismo. Si a eso se suma que el líder actual, Javier Esparza, seguirá como portavoz parlamentario, el partido se encara a una tricefalia de incierto recorrido y en la que la visibilidad del alcalde ribero va a ser escasa. Lo que diluye sus opciones de encabezar la candidatura de UPN a la presidencia del Gobierno foral.

No será fácil de gestionar una ejecutiva organizada en torno a dos familias y dos liderazgos que pueden colisionar en el futuro.

Se da la circunstancia además que, de los tres, Toquero es el único que tiene responsabilidades de gestión. Y por lo tanto el único interesado en mantener una relación institucional y permanente con el Gobierno de Navarra, que puede no encajar con la estrategia de puentes rotos por la que ha apostado la derecha en Madrid y también en Navarra. 

Asuntos que tendrán que resolver sobre la marcha en una ejecutiva con dos sectores y en un consejo político sin mayorías claras. Ambos órganos ganan protagonismo y serán determinantes para resolver las discrepancias que pueden surgir si las dos familias que van a dirigir UPN en los próximo años no logran la cohesión política, estratégica y personal que requiere la dirección de un partido de carácter asambleario y participativo como este.

El dilema pendiente

El problema es que la apuesta por una lista compartida se ha convertido en una negociación de nombres que ha dejado en un segundo plano el debate ideológico y estratégico que sigue pendiente en UPN. Y aunque es lógico que un partido delegue en la nueva dirección las decisiones que van a marcar el futuro de la organización, el congreso puede acabar siendo una oportunidad perdida para resolver, o al menos debatir, el dilema en el que el partido está atrapado desde que salió del Gobierno. 

UPN sigue sin afrontar su gran dilema: si quiere ser un partido regionalista o la franquicia de la derecha española en Navarra.

Más allá de que UPN no volverá a renunciar a su sigla como marca electoral, nada se ha dicho sobre la alianza con el PP ni sobre la relación más o menos pragmática que el partido debe mantener con el Gobierno de Navarra y sus dos socios principales. De su progresiva pérdida de influencia institucional ni de su cada vez menor implantación en algunos lugares. Ni por supuesto se ha planteado reflexión alguna sobre su posición ante el euskera y la pluralidad lingüística e identitaria de Navarra. 

UPN sigue sin decidir si quiere ser un partido regionalista de verdad, arraigado y con una línea política centrada y autónoma, o la franquicia de la derecha española en Navarra. Un debate que sigue pendiente y que antes o después volverá a estar sobre la mesa. Quizá entonces se abra de verdad la disputa interna que se ha tratado de evitar ahora.