30 años dan para muchas historias. Además de poder celebrar que entonces comencé a escribir estas columnas en el DIARIO DE NOTICIAS, también me estrené entonces como docente en el Máster de Comunicación Científica de la Universidad Pompeu Fabra. Fue pionero en la formación específica en comunicación de la ciencia, la medicina y el medio ambiente en la universidad española y pronto se hizo referente en el sector. Ahora universidades, institutos de investigación, empresas, centros culturales y la propia administración buscan conectar con los públicos, empoderar a la ciudadanía, apostar por un papel crucial de la innovación, de las tecnologías, del mundo de la ciencia. El otro día celebrábamos el cumpleaños y hablábamos de cambio y adaptación en un sector que se ha dado la vuelta en estos decenios y alguien comentó que hay quien llama a eso reinventarse. De eso nada, la opinión fue unánime.

Se dice que los tiempos exigen que nos reinventemos. En lo que tiene de obvio claro que vivir es cambiar, aprender de los errores cometiendo otros nuevos y exponernos al impredecible paso de la realidad. Pero quien nos urge reinventarnos realmente desprecia el valor de haber llegado hasta aquí en una trayectoria resiliente que asumió ya muchos desafíos y realizó cambios. Suelen ser gentes mediocres, que esconden su verdadero fin neoliberal: colocar a gente que cobre menos para hacer lo mismo o externalizar la labor, depreciándola. Realmente nos quieren más sumisos y menos críticos. Mejorar no es cuestión de reinventarse, sino un proceso donde la experiencia tiene un valor y el valor tiene un precio. Nada se regala, cosa que olvidan estos nuevos gurús de la modernidad. Porque los inventos no nacen sin más del aire sino de la creatividad y del trabajo digno.