Creo haber repetido suficientes veces no tener simpatía alguna ni por Putin ni por sus actos, así como haber explicado sobradamente estar en contra de la invasión de Ucrania, a pesar de no verle idénticas motivaciones de las se nos han mostrado desde los medios occidentales. Dicho eso, ahora en el campo de batalla hay unas realidades y dos polos opuestos que poco tienen que ver. Rusia, que se juega su futuro en la batalla, y Ucrania, que se lo juega en el frente y en la retaguardia, puesto que su suerte depende de Occidente. Y, en un tercer plano, tenemos un Occidente que por ahora solo se juega dinero, armas e imagen. Los países aliados de la OTAN y que siguen los pasos de Estados Unidos siguen proporcionando millones y armas a Ucrania, en principio bajo el argumento de la autodefensa, válido como no puede ser de otra manera. Pero cualquiera que siga mínimamente la situación sabe que los misiles ucranianos matan civiles rusos en Rusia y que la OTAN habla de que es legítimo usar armas occidentales para atacar objetivos en Rusia. No sé cómo se hace la guerra ni cómo se deja de hacer, pero no parece muy realista obviar que Rusia no va a ceder un metro de lo logrado si no se le ofrecen a cambio muchos argumentos de seguridad para décadas –la OTAN, creada contra Rusia, se ha acercado a Rusia pese a las promesas de no hacerlo– ni tampoco que no va a ser nada sencillo no ya solo derrotar sino siquiera empatar con Rusia sin caer o rozar el abismo. Insisto: Rusia no se juega lo mismo que Occidente, no va a tragar con todo lo que llegue, de ahí que bastantes –no todos– líderes occidentales hayan puesto restricciones al uso de las armas que entregan a Ucrania, temerosos de una escalada descontrolada. Mientras, Rusia sigue ganando poco a poco terreno y caen miles y miles de ambos bandos cada mes. Y la diplomacia hablando de planes de paz irreales. Nos guste menos o nada.