Sánchez ha logrado situar el debate político de la campaña electoral para las elecciones europeas del 9-J donde le interesa. O eso parece al menos. Ha hecho del concierto internacional y de los movimientos diplomáticos el eje de la escenificación pública de estos días. Y ha dejado en el rincón de la queja, el griterío y el no a todo a un Feijóo sometido además a las andanzas estrepitosas de sus socios de Vox. Los últimos pasos han sido el reconocimiento del Estado de Palestina junto a Irlanda y Noruega, al que posiblemente hoy se sumará también Eslovenia y en los próximos días Bélgica, y el encuentro de ayer con el embajador de Palestina y varios ministros de Exteriores de países árabes en Madrid.

Los movimientos han descolocado de nuevo al líder del PP que sigue empeñado en airear sus acusaciones sobre presuntos casos de corrupción del Gobierno y en el señalamiento a la pareja de Sánchez, Begoña Gómez, como sus únicos argumentos. Los vaivenes de Feijóo con Palestina y el alineamiento de su socio Abascal con los intereses de un Netanyahu acusado por la Corte Penal Internacional de crímenes de guerra y de su Gobierno pese a las diatribas y amenazas inaceptables de sus ministros contra el Estado español le están sacando del carril de la campaña electoral. Es más, Vox le está ganando la carrera política al PP en la UE o América Latina, allí donde los movimientos ultras ganan terreno. Parece que a Sánchez le basta con seguir su camino a la espera de que Feijóo y Abascal cometan una metedura de pata tras otra. Pero en la política y en la diplomacia las luces suelen tener también sus sombras.

El reconocimiento de Palestina es importante y también simbólico, pero si no pone en marcha un movimiento que culmine con una posición unánime de la UE que posibilite aumentar la presión sobre EEUU en su apoyo al Gobierno de Netanyahu las consecuencias para los palestinos serán ninguna y su influencia en la escala internacional del conflicto escasa. De momento, nada cambia. Netanyahu responde a cada derrota diplomática o política internacional con más violencia, más muerte, más bombardeos, más ocupación, más desplazamientos forzosos, más colonización, más limpieza étnica y más amenazas. Esa es la realidad.

El reconocimiento de Palestina también extiende las sombras de la gestión de Sánchez y de su ministro Albares en otros conflictos, como el del pueblo saharaui y la ocupación ilegal de la República Árabe Saharaui Democrática por parte de Marruecos, un territorio con el que las responsabilidades del Estado español en su descolonización son absolutas. El Gobierno de Sánchez no solo no cumple con las obligaciones y compromisos del Estado español con los saharauis, sino que ha cambiado la posición histórica de la diplomacia española con un giro en favor de los intereses de Marruecos y el desentendimiento del pueblo saharaui.

El genocidio de Palestina no oculta que hay otras limpiezas étnicas en el mundo por los desastres de la guerra o del neoliberalismo. Son afganos, sirios, libios, africanos, congoleños, etíopes, yemeníes, sudaneses, iraquíes, rohingyas, asiáticos, palestinos, saharauis, kurdos, hondureños, guatemaltecos, mexicanos... a los que la diplomacia y la geopolítica, y en buena medida también los organismos internacionales, han abandonado a su ninguna suerte.