Simon Biles ha regresado a los Juegos Olímpicos más fuerte que nunca. La norteamericana sumó ayer su segunda medalla de oro en París capaz de hacer con su cuerpo y su mente aquello que humanamente parece imposible. Pero quizás lo más bonito de su último salto (’Biles 2’: el doble mortal triple pirueta en suelo) es ver actuar a la diosa: el brillo en esos ojos negros enormes, esa sonrisa y el aura de seguridad, esa actitud de valentía y de confianza en sí misma con la que se enfrenta a su propio desafío. Esa es la auténtica belleza con la que compite en un mundo donde los estereotipos de género y raza han marcado y marcan otros cánones de perfección. Con un cuerpo de 1.42 de estatura y 47 kilos de peso la americana ha demostrado que la fuerza y la musculatura no están reñidas con la feminidad. Y su historia de superación ha servido de inspiración para miles de deportistas y de mujeres. Una batalla contra el machismo, el racismo y la competitividad en la que ha sabido marcar sus propios tiempos y condiciones. En Tokio 2020 priorizó la salud mental por delante de su vida deportiva. En el deporte y en la vida es importante saber cuando parar. Y tomar la decisión uno mismo. Dicen otras atletas que una vez que desarrollas el físico y habilidades necesarias, durante una competición el 10% del potencial real proviene de los músculos y el 90% de la mente. “La valentía no es la ausencia de miedo, sino la voluntad de seguir adelante a pesar de él”, admitía Biles en alguna ocasión. Sin duda, un modelo a seguir para muchas jóvenes deportistas.
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