Le di una vueltas ayer a escribir sobre la conversación entre Trumpy el magnate tecnológico Elon Musk y aún hoy no tengo claro que hubiera sido mejor juntar estas letras para cualquier otro asunto. Dos horas de charleta –no llegó a ser una conversación mínimamente digna para poder calificarse de tal–, en el que las fanfarronadas, las loas mutuas, las palmaditas en la espalda por lo hecho y por lo que anuncian querer hacer y amenazas o descalificaciones a todo lo que se mueve al margen de sus consignas acapararon el guion en la red X, propiedad de Musk. Que empezase con retraso por problemas técnicos no dejó de ser una metáfora previa del desastre que auguraba el encuentro.
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No lo seguí en directo –mi capacidad no tiene ese aguante–, pero leer la transcripción de sus palabras y escuchar sus voces explicando planteamientos de cómo debe ser este mundo hoy estremece. Sus palabras suenan como un eco de maldad en lo que significan en sus cabezas. Y aún inquieta más el personaje Musk que el propio Trump. Ya incluso veo el logotipo de la red con esa X y me parece tenebroso. Es fácil llamarles locos, impresentables, descalificarlos con palabras, sin embargo ese encuentro representa algo mucho más terrible. Uno, Trump, puede alcanzar en apenas dos meses la presidencia de EEUU mientras elogia a Putin, por ejemplo, y el otro, Musk, controla la red social con mayor capacidad de crear opinión con la difusión masiva de desinformación.
Y a eso se dedicaron en su charla. A mostrar en público sus intenciones de subvertir el orden internacional, eliminar las garantías y valores democráticos e imponer una distopía en el que cada cual sobreviva como pueda. La necesidad de un enemigo es fundamental para ello y a eso se dedica la desinformación masiva generada en las redes sociales para alimentar esas emociones. X ya era una red, antes de la llegada de Musk, que había degenerado de intentar ser un espacio de intercambio de ideas, opiniones e informaciones en un vomitorio de frustraciones que abarcaba todos los contenidos, desde la política a la economía, el deporte, la violencia, la guerra, los derechos de las mujeres... Ahora, la cosa ha ido a peor.
Es un productor constante de bulos y campañas colectivas de manipulación de la realidad y de intoxicación social para propagar todo tipo de discursos de odio entre los seres humanos con informaciones o datos falsos, incompletos o tergiversados. De nuevo, la realidad supera a la ficción. Y este presente cibernético de un inmenso mercado de desinformación como negocio, esta realidad de poder y riqueza hiperconcentrados en manos de los pocos que controlan y dirigen las herramientas teconólogicas y la economía, acojona mucho. Y quizá ya sea difícil de recuperar el control.