Una nueva víctima de la violencia de género, una mujer asesinada por su pareja en Bilbao. Es la víctima número 36 en el Estado este año, y la 1.279 desde 2003, cuando comenzaron los registros. Una cifra a la que hay que sumar los miles de casos de acoso, violación, agresiones sexuales, etcétera.
El combate contra la violencia machista que sufre la mujer obliga a una intensa implicación diaria, pero no ofrece visos de encauzarse a corto plazo. Las medidas puestas en práctica llenan hojas de dossiers, jornadas de debate y espacios de publicidad institucional, pero no consiguen mermar de una forma contundente el trágico balance de víctimas. Parece necesario abordar una reflexión profunda para revisar de los mecanismos de protección y prevención y paliar defectos en la lucha contra la violencia machista que resultan evidentes: la descoordinación y desconexión en la información entre los juzgados, una actuación policial centrada en la víctimas que permite seguir deambulando al machista por las calles y seguir maltratando a otras mujeres, una justicia mayoritariamente conservadora que utiliza los resquicios de todas las leyes para ser condescendientes en las condenas y dictar sentencias incomprensibles y escandalosas y unas religiones que más allá de sus diferentes creencias e ídolos coinciden en una visión excluyente de la mujer o de los y las menores. Y sobre todo, la insistencia de un relato político que no sólo niega el machismo y que se opone a los avances en los derechos de las mujeres, sino que ahora exalta la victimización del hombre. Un discurso con cada vez mayor peso y mayor presencia mediática en las tertulias cutres, programas de telebasura, editoriales de grandes medios y que inundan de insultos soeces las redes sociales, casi siempre contra las mujeres que han alcanzado posiciones de poder en la política, el trabajo, la profesión, la universidad, la empresa, la cultura, el deporte... Es falso claro.
La mayoría de los asesinatos de mujeres por violencia de género son cometidos por hombres de cualquier posición social, profesional, cultural u origen y se producen en el ámbito familiar. Los hombres que sufren violencia y acoso o agresiones sexuales son también de forma muy mayoritaria originados por otros hombres. No hay equiparación posible. Hay un machismo político, un machismo mediático, un machismo religioso, un machismo judicial, un machismo publicitario... Áreas desde la que se impulsa lo que esos sectores reaccionarios denominan la batalla cultural y que no es sino una constante manipulación del lenguaje cambiando el significado de las palabras para evitar que los progresos para frenar la miseria machista se consoliden. Un machismo que se presenta disfrazado bajo diferentes apariencias, pero que busca lo mismo de siempre: el sometimiento de la mujer.
Este sufrimiento sordo, anónimo, es el que subyace en una sociedad que sólo despierta cuando el goteo de apuñalamientos, degollinas, palizas y disparos termina en muerte y ocupa un breve lugar en las primeras páginas de los periódicos. Y en el horizonte la cosa no tiene mucha pinta de ir a mejor en una sociedad que está fracasando de hecho con el aumento de actitudes machistas en adolescentes y jóvenes. Sé que estas letras también serán inútiles hasta las próximas.