Son ya un carro de años siguiendo a Osasuna, a veces muy encima a veces desde más lejos pero siempre siguiendo, así que no me asombra en exceso esa dinámica de montaña rusa en la que entra el aficionado rojillo prácticamente cada jornada, en la que un domingo somos la de dios y al siguiente ya podemos empezar a rezar para no estar matemáticamente descendidos en febrero.

Está pasando este año, con la llegada de un nuevo entrenador tras varios años con Arrasate al mando, y lógicamente al nuevo entrenador se le escruta en ocasiones casi casi -ya sé que exagero, pero es que hay cada hincha… que cree que hacer el ridi en dos partidos fuera de casa es una novedad en esta institución- como si fuese Klopp o Guardiola o tuviese la plantilla del Real Madrid o como si fuese sencillo establecer desde septiembre una propuesta de juego que sirva para casa y para fuera y que no esté sometida a los, creo yo, lógicos vaivenes de los arranques y a los habituales chascos de los inicios.

Ni idea de si Vicente Moreno y su gente conseguirán encontrar el equilibrio entre el juego en casa, donde por ahora han rendido muy bien, y el juego fuera, donde por ahora no se sabe muy bien a qué se pretende jugar y qué botín estar dispuesto a cosechar desde el inicio, con todo lo que de apuesta y riesgo tiene ir a ganar sí o sí en determinados campos.

Pero lo que resulta obvio es que apenas ha aterrizado y si de algo más o menos hemos podido presumir aquí es de dar tiempo a quienes les hemos otorgado el mando, al mismo tiempo que no silbar a nuestros jugadores, algo en lo que ya llevamos cayendo alguna que otra temporada, como una vulgar grada más de tres al cuarto. Confiemos en que poco a poco se vayan encajando las piezas y que, en el proceso, no copiamos lo peor de las peores directivas y de las peores aficiones, que cada cual piense en las que le vengan a la mente.