Hace poco leí algo que me inquietó, decía así: “una cosa es saber que el futuro no lo resolverá ni la resurrección ni la revolución, y otra muy distinta es vivir convencidos de que nos vamos al carajo”. Lo firmaba Irene Lozano y decía que ante este panorama: “solo la transformación individual se presenta como lo único asequible”.

La idea no es nueva, pero ahora el capitalismo emocional la ha resignificado ante estos tiempos crepusculares y salidos de sus goznes. Porque lo que Lozano propone es un frente de batalla de transformación individual que solo busca la singularización de uno mismo para distanciarse de la masa. Tuve una época así y mi madre me decía que andaba ensimismado.

Tengo conocidos que llevan años encasquillados en esto de la “salida individual” avalada por la transformación, personal claro. A eso han llegado cansados de esperar una revolución que no llega, de estar en un mundo que ya no es firme, ni seguro, ni garantista, porque el neoliberalismo, lejos de ofrecernos confianza en el futuro, niega que éste exista. Ya lo dijo Fredich Jameson, que: “es más fácil imaginar que acabe el fin del mundo que el fin del capitalismo”.

Y en esas están, porque de la mano de gurús, chamanes, creencias esotéricas, psicologías positivistas, respiraciones chakras, libros de autoayuda y pseudoterapias personales, se conforman con su propia libertad. Y es que todo este blindaje interior, amable y armonioso, les permite, aunque sea tropezando, seguir avanzando en la liberación personal sin tener que contar con esa mano tendida que nunca llegará; dicen. Porque han comprobado, y en esto no les falta razón, que el malestar social, que antes tenía estructuras organizativas para ser combatidas desde la izquierda, hoy se ha quedado huérfano.

Ya lo dijo Maquiavelo: “la indeterminación del tiempo enturbiará las conciencias”. Y en este caladero Abascal también echa la caña.