Maider se imaginó sentada en una silla de ruedas o empujando un andador y limpiando un colegio, con mil dolores y sin fuerzas ni para mover su propio cuerpo. Luego intentó imaginar qué tiene que ser trabajar entre las 22:00 y las 06:00 horas vendiendo hamburguesas sin parar, de pie, entre humo y grasa, sin descansos y cobrando solo 8 euros a la hora, cuando una sola de esas hamburguesas vale 12 o más. Y para terminar el paso por el infierno laboral se imaginó conduciendo un autobús, más de nueve horas seguidas y orinando en una bolsa en marcha o en una esquina, detrás de unas matas. Y con la regla, además.
A Maider no se le han ocurrido todas estas ideas por nada raro que haya tomado, ni mucho menos. Lo que ocurre es que le gusta imaginar qué sienten en sus propias carnes las personas que salen en las noticias y todos estos son casos reales denunciados públicamente estos días. En el caso de una de las limpiadoras defendidas por LAB, la empresa ha reculado momentáneamente y ayer no tuvo que ir a trabajar en su silla. Los empleados de la Burguer Champion que protestaron el viernes arropados por la Red de Autodefensa Laboral de Iruñerria no han tenido tanta suerte y han sido despedidos. Y lo de la mujer que conducía el autobús ha ocurrido en Muskiz, pero es una denuncia habitual de las y los profesionales del sector. Pero Maider no puede parar. Le vence la empatía y cuando leyó lo de la joven que vive en la calle y duerme en la orilla del Arga en una pequeña chabola de plásticos comida por las ratas, se puso en su lugar y empezó a sentir un miedo terrible recordando cómo tuvo que salir huyendo descalza el otro día en medio de la noche cuando un tío intentó meterse en su tienda.