Hace mucho tiempo que el politiqueo del día a día se ha convertido en algo tan insoportable como prescindible. La estrategia del PP, basada en la pretensión de convertir en un ultimátum cualquier asunto judicial que de alguna manera afecte al Gobierno, recuerda al cuento de que viene del lobo. Y ya se sabe que el riesgo de llevar todo a la hipérbole es que si algún día ocurre algo realmente relevante, casi nadie le presta atención. Acostumbrados a escuchar todas las semanas la exigencia de que el presidente o algunos de sus ministros dimitan, resulta muy difícil discenir si estamos ante algo de calado o ante una bravuconada más. Llega un momento en el que ya no hay orejas suficientes para atender esta basurilla cotidiana. Bastante tiene el personal con salir indemne de sus verdaderos problemas diarios –como son el acceso a la vivienda, a la salud y a un empleo de calidad que le permita llenar el carro de la compra– como para estar pendiente del baldío ‘y tú más’ entre Gobierno y PP.

Puestos a dedicar tiempo a estos asuntos, son mucho más divertidos los audios de las conversaciones que Bárbara Rey mantenía con el engatusado emérito, a quien le daba igual poner a caldo a Aznar con tal de agradar a la vedette u ordenar la destitución del que era el jefe de la Casa Real acusándole de haber revelado la identidad de otra de sus amantes.

En este chapapote –no confundir con Txapote, que su excarcelación tiene fecha de 2031 por mucho que la derecha haya anunciado su inminente salida de prisión–, la insistencia del PP por tratar de extender la idea de que nos gobiernan unos corruptos y recrearse en el fango cala en un sector de la población. Ejemplo cercano de esto lo tenemos en la visita que Marlaska hizo este jueves a la Universidad del Opus, donde un grupete de estudiantes le persiguieron a su salida profiriendo una retahíla de insultos. Pese a que eran cuatro y un tambor los cayetanos que trataron de intimidar al ministro, conviene no banalizar estos comportamientos inaceptables. Una forma de actuar que seguramente guarda relación con la incitación permanente que reciben de buena parte de la clase política más retrógrada, que no solo ha perdido el respeto a la verdad, sino también el decoro y la educación. Y así nos va.