Es difícil olvidar aquellos años 80-90 en los locales de San Blas de Burlada de la antigua calle San Blas. Una joven adolescente participaba en las actividades de una parroquia tremendamente comprometida con la realidad social de un pueblo que creció demasiado deprisa y con mucho peso migratorio. Conocer por dentro la Granja Escuela de Ilundain donde aprendían a trabajar la madera, la huerta o el cuidado de animales esas fierecillas indomables era un baño de realismo y, para una estudiante con muchos pajaritos en la cabeza, reconocer que para aprender unos hábitos, unos valores y un oficio no hacía falta tantos libros.

Algo te decía que el sistema educativo –mucho más plano que ahora– fracasaba por su rigidez para muchos chavales. Cómo olvidar nombres como Eugenio Lecumberri –el patriarca–, Alfonso Arana, Josean Villanueva, Tatu (José Javier Esparza), Javier Gracia, Amelia Aldunate... Os sigo la pista. Una generación que dejaría una huella imborrable.

Gracias por creer en aquellos chavales alejados de las normas, por saber separar a la persona del problema, por huir del autoritarismo, por lograr ese equilibrio que siempre admiré de mano de hierro y guante de seda, por crear experiencias de convivencia positiva para adolescentes a los que la sociedad o la familia no les había tratado bien. Escuelas de segunda oportunidad para personas en “riesgo de exclusión social”. La clave, como admite su director Ángel Pardo, es la confianza en la persona. Sin estigmas. “Te entienden y te escuchan”, admite Iker del Hoyo. 5.300 jóvenes han pasado en estas cuatro décadas. Zorionak Fundación Ilundain-Haritz Berri.