Solo la abuela llamaba al teléfono fijo. “Feeeelix...”, saludaba con su voz cantarina, estirando la e como una nota larga del pentagrama. La única razón para que el fijo continuara en servicio era la presencia de la matriarca de la familia “al otro lado del hilo”, como se decía antiguamente. Ya hace unas semanas que dejó de llamar y creo que hasta el aparato la echa de menos. Ahora, cuando suena la melodía de aviso, si descuelgo escucho a alguien que dice hablar en nombre de una compañía eléctrica, o bien que tiene una oferta irrechazable para cambiar de operador telefónico o, como ocurre muchas veces, permanece en silencio sin decir nada. Esta gente también sabe mi nombre y apellidos y dudo que se los suministrara la abuela. Esas llamadas, que tienen en común la inoportunidad, suelen sacar mi lado más desabrido, ¡pero es que ya está bien, joder!
He vuelto a usar el teléfono fijo al no poder disponer temporalmente del móvil. Sufres una especie de vértigo cuando sabes que durante unas horas no vas a recibir llamadas ni mensajes, que te quedas en blanco sin acceso a internet, al reloj, a las redes sociales, a los juegos, a la cámara, a la grabadora y a fotos y documentos que lleva alojados. ¿Y si no recupero todo...? La vida a veces es tan poca cosa que cabe en un bolsillo, cae al suelo y se hace añicos. Se desconecta.
“No hay línea”, era la queja frecuente cuando aquellos teléfonos de baquelita negros y pesados enviaban un pi-pi-pi, pi-pi-pi... como si avisaran de un gol en un carrusel deportivo. Había avería. Tras restablecerse la comunicación, la voz femenina de una vecina del pueblo preguntaba con qué numero quería hablar y conectaba manualmente con el destinatario. Y no trataba de venderte nada. Como lo cuento. Aquel aparato familiar, que tenía adjudicado el número 39, sonaba ring-ring, ring-ring… que es como deberían sonar todos los teléfonos, igual que las sirenas, los silbatos y el afilador conservan su sonido original que los identifica como tales al instante.
Los teléfonos fijos venían acompañados de un listín que en Navarra era delgado pero que en Madrid competía por grosor con un volumen de la enciclopedia Espasa y que hoy no pasarían un examen de protección de datos. La contraportada repetía un anuncio con dos niñas muy monas que pasados años y años seguían igual, como ocurre con Isabel Preysler. Pese al avance imparable de los móviles, en España hay 19 millones de fijos que siguen activos. Y a veces compruebas que todavía son útiles. Aunque la abuela ya no llame.