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Con la venia

Pablo Muñoz

¡Cómo se puede caer tan bajo!

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Las doscientas y pico personas que han pedido la vida en los pueblos valencianos tras el paso de la DANA, al PP le importan una mierda. Ya podían ser dos mil. El caso era salvar los muebles y evitar a toda costa el salpicón político que se le podía venir encima por la incompetencia de su máximo representante en esa Comunidad, máximo culpable de la tragedia. Había que echarle cara, mucha cara, y se le ha echado. Era necesaria desfachatez, una olímpica desfachatez, y ahí están, amorrados a la mentira corregida y aumentada, cada vez más cínicos, cada vez más soberbios, disfrazando de blanco lo que fue negro, por si a base de aullarlo y repetirlo cuela. ¿La culpa del nuestro? ¡Jamás!

Por si fuera poco el descrédito de la política al que arrastra la derecha española desde que perdió el poder, la catástrofe histórica padecida por el pueblo valenciano hace quince días le ha llevado a mentir tanto, a ocultar tanto, a falsear la realidad tanto, que hasta gentes de sus propias filas no pueden evitar tanta falta del sentido del ridículo. Sería repetitivo y farragoso detallar en esta columna la sarta de mentiras que ha llevado a la dirección del PP a una huida hacia adelante, intentando trasladar al enemigo político la responsabilidad de las fatales consecuencias provocadas por un irresponsable.

Si es ya patético el empeño de Carlos Mazón, el insensato presidente, por salvar su culo primero culpando con mentira a quienes le avisaron con tiempo y a quienes le ofrecieron ayuda y después cesando lavándose las manos porque “falló el sistema” y ya se crearán nuevas consejerías sin que dimita nadie; si es patética esa huida hacia adelante, resulta repugnante el comportamiento de sus superiores jerárquicos de su partido, cuya única intención ha sido intentar esquivar el coste político de una desastrosa gestión de la tragedia protagonizada por uno de los suyos. El cálculo inhumano de la dirección del PP ha sido: “Si obligamos a dimitir a Mazón, gana Sánchez”. Así de claro. Así de cínico. Así de cruel. Y se difunde la orden de culpar al Gobierno central por no avisar, por no ayudar, por dejar morir a cientos de personas y arruinar a cientos de miles. No importa que los hechos fueran otros, que haya pruebas y sobren testimonios. Hay que mentir, hay que alimentar bulos hasta reventar las redes, hay que mostrar al mundo –a Europa– que el sanchismo aprovecha la tragedia para marcarse una victoria.

Encoge el ánimo y mina la moral comprobar que hasta en una catástrofe con tanto muerto, tanta ruina, tanta desolación, la política haya respondido con el cálculo frío de sus consecuencias en cálculo electoral. Reitero que ni a Feijóo, ni a Mazón, ni a quienes representen la máxima autoridad en el PP y a la derecha ultra les ha quitado el sueño los muertos, ni los arruinados, ni los pueblos arrasados. Lo único que les perturba, eso sí, es que el enemigo político pueda sacar ventaja de todo ello. Esto es lo que podemos percibir del infecto ambiente que convirtió el ejercicio democrático de la política en una cainita confrontación, en una cruel batalla por el poder en la que todo vale.

Hasta tal punto se ha envilecido el ambiente político, hasta tal punto la maledicencia y la mentira han invadido las actuales vías de información, que ante una catástrofe como la padecida por el pueblo valenciano flote la duda de que todo, todos, la midan con cálculo político.