Feijóo se ha estrellado en Bruselas y el grupo europarlamentario del PP y un buen número de periodistas adeptos han acabado haciendo el ridículo en su intento de boicotear el nombramiento de la socialista Teresa Ribera como vicepresidenta de la nueva comisión europea que volverá a presidir la derechista Von der Leyen. Conservadores, socialistas y liberales mantuvieron el acuerdo inicial y condenó a los populares al fracaso. Otro triunfo en el último minuto de Sánchez, especialista obligado de cerrar las mayorías sobre el sonido de la bocina, como sucedió con la aprobación de las medidas del paquete fiscal del Gobierno –impuesto a las multinacionales y a la banca incluidos–, con el apoyo de todos sus socios a la izquierda y a la derecha.

Quizá un paso que puede facilitar también la aprobación de los Presupuestos de 2025. Pero ni la victoria en Bruselas ni el acuerdo fiscal son gratis ni garantizan al Gobierno de Sánchez, acosado política, judicial y mediáticamente por presuntos casos de corrupción que implican al ex ministro Ábalos y al tal Koldo ya famoso, una mayor estabilidad que la vivida hasta ahora. El Parlamento Europeo sacó adelante la nueva Comisión, pero el pacto conlleva un alto coste político al tener que incluir finalmente a dos representantes de la ultraderecha italiana y húngara. Se rompió el cordón democrático por intereses partidistas.

Una Comisión Europea más conservadora y escorada hacia la derecha incluso que lo que reflejaron las urnas en los comicios de junio. La desconfianza anida desde hace tiempo en las instituciones europeas y en ese escenario de incertidumbre y recelos generalizados, la ultraderecha avanza paso a paso cada vez con una mayor presencia y un mayor peso no sólo en la representatividad socioelectoral, sino también en el acceso a espacios de control institucional y de poder político. Un blanqueamiento progresivo de las posiciones extremistas y ultras que supone al mismo tiempo la renuncia a los valores y principios originales del proyecto europeo en una Unión cada vez más alejada de los núcleos de poder político y económico internacionales, sometida al seguidismo acrítico a los intereses de EEUU y con cada menor capacidad de influencia en los conflictos de la geopolítica global.

La desvergüenza de quebrar los principios fundacionales de la Unión Europea, la base de solidaridad de un modelo de convivencia basado en los derechos humanos, y la deshumanización como ejes ideológicos es un camino siempre tiene el mismo recorrido: un discurso falso sobre seguridad ciudadana, con claros tics antidemocráticos en el espacio de los derechos civiles, sociales y laborales, un populismo xenófobo en la inmigración, la persecución de las minorías y la exaltación simbólica de un nacionalismo patrio casposo.

Ese avance ultra como lluvia fina es la mejor metáfora del alejamiento de los principios originarios de solidaridad, justicia, legalidad internacional, pacifismo y derechos humanos del proyecto europeo. Lo peor es que ahora Europa mira hacia otro lado. El deterioro de la democracias europea y del Estado de Derecho europeo es también el de Europa. ¿Qué Europa vamos a dejar a las próximas generaciones? A este paso, solo más división, más empobrecimiento, más guerra, más conflictos sociales, menos derechos y libertades y menos democracia.