El fantasma de la deslocalización, que otras veces ya ha llegado a Navarra y ha dejado un rastro de despidos, paro y dolor, parece planear –y aterrizar, por desgracia– sobre los casi 700 puestos de trabajo que la Bosch Siemens tiene en Navarra, lo que supondría un palo muy duro no ya solo para esas 700 familias sino para el conjunto de la industria navarra, buena parte de ella en manos de empresas multinacionales extranjeras que cuando no sale la cuenta porque trabajan en países con manos de obra más baratas aluden a la palabra mágica competitividad y te cierran el chabisque así arda Roma.
Por supuesto, hay que tener en cuenta que si una vez vinieron aquí fue precisamente porque nuestra mano de obra era más barata –y quizá también eficaz– que en sus países de origen, en este caso Alemania, así que tampoco puede sorprender que, como empresas que son, acaben derivando a países –Turquía y Polonia, al parecer en este caso– con menores costes laborales. Veremos, en todo caso, la capacidad de negociación, presión y resultados que se pueden obtener en estos meses que quedan hasta el supuesto cierre en verano, tanto por parte de los trabajadores, como del Gobierno de Navarra y, por qué no, del Gobierno de España.
Hay que poner toda la carne en el asador, por mucho que el mensaje que se envía al resto de trabajadores en empresas similares –con factorías del grupo en países más baratos– no deje de ser nada halagüeño. Los trabajadores son los primeros que ya anunciaron que situaciones similares se veían venir, por la falta de inversiones, pero no ha dejado de ser un anuncio tan repentino como duro. Navarra tiene un sector industrial muy potente, pero mucho depende de decisiones de este tipo, con plantillas siendo comparadas con plantillas de países menos costosos. Momento perfecto en Diputación para diseñar cómo poder minimizar más futuros movimientos similares.