Síguenos en redes sociales:

A pie de obra

Paco Roda

Banquillo

BanquilloPatxi Cascante

Hubo un tiempo en que Javier Esparza me caía bien. Cuando jugaba a fútbol. Luego ya empezó a torcerse mientras llenaba su biografía de cargos presidenciales convirtiendo su currículo en una brillante entrada de la Wikipedia.

El otro día le oí hablar por la radio con esa voz de agravio permanente y altanería sostenida que últimamente imposta. Negaba el asalto al parlamento de Navarra por parte de un grupo de agricultores. Que no, que aquello no existió, dijo. A lo más, se juntaron un grupo de colegas un poco pasados, sí. Pero de asalto, nada. Y ahí seguía, enrocado en un negacionismo sulfuroso que últimamente utiliza como si fuera su última bala. Como esa que se usa para reivindicarse como redentor. Con él Navarra volvería a ser la Tierra Prometida, dice tirando de auto-tune.

Comenté esto con Altube mientras cenábamos un ajoarriero en las bodegas Leyre. Altube sostenía que esa transfiguración rencorosa de Esparza tenía que ver con chupar tanto banquillo. A ver, decía Altube, si tu llevas tres elecciones aspirando a ser presidente –que es como jugar en Champions–, y no ganas ninguna, qué te queda. Pues pensar que te estás ahogando en tu propio oasis, negarlo todo como algunos niegan la edad vistiendo como adolescentes o, finalmente, marcharte al PP como todos los colegas que han competido contigo por la presidencia de UPN. Eso, o caer rendido ante el resentimiento, que es una forma de pedir a los demás que se atengan a la coherencia. A la tuya, claro. Y ahí está este hombre, atrapado en un día que se repite hasta el infinito. Como los personajes de El volumen del tiempo, de Solvej Balle.

Al acabar esta columna me acordé que mañana es Nochebuena, entonces quise cambiarla por otra menos plasta. Hablar de la Navidad idealizada, sus efectos estresantes, algo así. Pero ya era tarde y aún tenía que comprar la merluza.

Pues nada, mañana no se atraganten, ni con los cuñados ni con los langostinos.