Ni hay ni se le espera. No es un tiempo para mensajes de paz y amor este mundo de hoy. Tampoco en estas fechas. Como mucho, en lugares como el que vivimos aquí. Esta pequeña burbuja donde aún se puede hablar de valores humanos, de su necesidad, de su reivindicación y de su cada vez mayor debilidad. Sigue impasible el genocidio inhumano, ilegal e inmoral en Palestina con nuevos asesinatos colectivos de civiles, entre ellos de otros cinco periodistas. Un tercio de los periodistas asesinados en 2024 lo han sido en Gaza. Sigue la guerra cruel en Ucrania y la estabilidad se extiende por todo Oriente Medio, ahora con Siria castigada en el centro de la diana. La explotación y la inestabilidad sigue instalada en buena parte de África y en el Pacífico y la tensión se extiende por todo el este de Europa, mientras en el resto la incertidumbre política planea como una amenaza creciente para la economía. Quizá solo personajes como el Papa Francisco se atreva ya a llamar la atención sobre todo este devenir hacia la decadencia de la humanidad. La pandemia dejó tras de sí un cambio de paradigma en el ecosistema de la geopolítica internacional que parece ir más allá incluso de lo que ahora somos capaces de imaginar. Cada vez más violencia y más pobreza y más fanatismo religioso y explotación socioeconómica y cada vez más millones de personas tratando de huir de todo ello hacia cualquier otros lugar, intentando saltar los cada vez muros artificiales que los cercan en una tarea y un esfuerzo casi siempre inútil que supone la muerte de miles de ellos. Solo intento llegar alas mugas del Estado español han fallecido 10.457 personas, muchas de ellas sin nombre siquiera, en 2024. Es un tiempo en el que se acumulan se fechorías políticas, comienzan guerras, se invaden países, se dan los primeros pasos de las crisis económicas y se extiende la desinformación y aumenta la manipulación global del conglomerado de la mentira azuzando desde los discursos de extrema derecha. Por encima de todas las alertas sobre una gran crisis climática, se mantiene el saqueo desaforado de los recursos naturales y la explotación de millones de seres humanos. Las imágenes de todos esos miles de niños y niñas que muestran vidas sin futuro alguno por lugares de todo este mundo son el mejor reflejo de este presente en el que todo se complica día a día, mes a mes, año a año. Y no hay señal alguna que ofrezca unas mínimas dosis de esperanza para ninguno de ellos. Es el ejemplo cruel en toda su inhumanidad de la importancia del lugar donde naces. Y hay cada vez más tierra en este planeta donde se nace y la vida no tiene cabida. No parece que el 2025 que viene ya apunte a mucho mejor mientras crecen los llamamientos belicistas y los discursos defendiendo el aumento del gasto militar a costa de recortes en las pensiones y las prestaciones públicas.
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