Desde que llegó la Navidad por el mes de octubre –en Venezuela, sí, pero aquí también, que la simplificación de los tiempos nos lleva a vivir flotando en un magma en donde navega todo a todas horas en el mismo momento– he visto Eduardo Manostijeras, la película de Tim Burton, casi en bucle, porque la han programado con saña por la tele. Y a cada vuelta por el barrio de azúcar y pastel, vida dulce y empacho, donde se desarrolla la historia se van encontrando los idénticos caminos para pensar sobre lo mismo: que lo diferente molesta, sacude. Es fácil decirlo, pero la agitación a que nos mueven algunas situaciones es así. Los señoros con indumentarias imposibles y las reinonas de peinados estrafalarios, indigesto todo en un mundo postizo, juzgan, sentencian y ajustician al que no aceptan por distinto.
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No recuerdo un acto tan transparente como las campanadas de fin de año. Con mantener la compostura mientras se regateaba el atragantamiento, las cosas iban bien como para reparar en otras cuestiones, que si las había, siempre eran superfluas, del ratico ése delante de la tele. Que aunque el año nuevo se va desde que entra, el salto de uno a otro es de lo más fugaz y no ocupa sitio.
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Los tipos –en neutro mejor, aunque el género masculino, cómo no, se destaca en sacar pecho y hacer el ridículo y a veces mucho daño–, los escrutadores que velan por las buenas costumbres decidieron que la presentadora del programa de las campanadas de La 1 no entraba en su talla. Que la chavala no cuadraba con los sacrosantos valores de lo que ellos entienden como adecuado. Debe haber personajes como estos, adonis y Venus bien formados en cuerpos armoniosos y cerebros musculados para que nos guíen en el camino, porque así sabemos que hay que salir corriendo en el sentido contrario. Se reboza al asunto con la lucha contra el ataque a la fe y ya está montada una cruzada –algunos comentarios contra Lalachus desprenden tanto odio que retan al sentido común y a la ciencia para explicarlos–.
Entre los objetivos de 2025 hay que hacerle uno a la idea de que debe haber sitio para todos. Hay un año para cumplirlo.