Cuánta negligencia. El Gobierno sabía que se equivocaba apelotonando 80 decretos de un soplo. La exótica pinza Junts-PP sabía que su rechazo perjudicará a millones de personas, siquiera temporalmente. Ni así son capaces de recapacitar. Nadie da el brazo a torcer, sobre todo quien tiene en su mano rectificar. Solo se persigue el desgaste del otro, empezando por el ala socialista que apela al dolor social. En otra batalla por el relato, desde los antagónicos batallones mediáticos se entrecruzan maquiavélicamente vídeos incriminatorios y exculpatorios para librarse de la carga de la prueba. Supone el enésimo espectáculo denigrante de una política de instintos revanchistas, envilecida y salpicada de bilis. Aunque, quizá, se trata del asunto que más fácil llega a la comprensión del ciudadano medio sin demasiadas explicaciones. Nada como los temas que afectan al bolsillo para crearte una opinión.
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Algún día tenía que romperse el cántaro del ómnibus. Demasiado tiempo se llevaba desafiando a la suerte, ignorando a tus socios, siempre con el pretexto de la urgente necesidad, cobijándote en la manida teoría de aquí estamos los buenos y allá, el diablo. Y justo ahora, cuando las costuras de la legislatura empiezan a deshilarse sin remisión, llega este sopapo noqueante para quienes (des)gobiernan. Quizá todo responda a un merecido castigo por tan desbordada soberbia. Solo un brote de petulancia desmedida justificaría que se pretenda sacar adelante de un plumazo la subida de las pensiones, las ayudas a las víctimas de La Palma, las tasas energéticas, nuevos impuestos a los cigarrillos eléctricos, exenciones fiscales para torneos de fútbol o varios millones para que Ceuta atienda a inmigrantes. Una disparatada mezcolanza de decenas de asuntos recogida en 140 páginas. Una temeridad solventada al final con un tiro por la culata que deja huella porque acaba calando en la opinión pública. Eso sí, también le queda a la derecha catalana y española la difícil misión de articular una justificación convincente más allá del formalismo o la monserga envenenada de un palacete en París.
Nada peor que la incertidumbre. Pero ese es el escenario donde lamentablemente se dirimen desde hace demasiado tiempo asuntos nucleares de la política, la economía o la justicia. Nadie es capaz de asegurar el devenir a medio plazo de la actual legislatura más allá de que no se atisban elecciones anticipadas para disgusto de Feijóo. Mucho menos se puede prever el desenlace de esa retahíla de propuestas normativas que vagan por las comisiones buscando una salida. Vía libre, por tanto, al tacticismo cholista de ir partido a partido en medio de la marabunta.
Sánchez descarta por ahora separar los decretos e insta a Junts y PP a no actuar "por cálculos partidistas"
Cada mañana se abre la puerta al sobresalto. Un día se asiste a la penúltima exigencia de Puigdemont, refugiada en una estrategia harto incomprensible más allá del rabioso protagonismo que conlleva. Otro coincide con la enésima entrega de cualquier culebrón judicial que se siguen amontonando para mayor gloria del fango. Luego, entre la mañana y la tarde, llega la embestida de Podemos o el recado de Pablo Iglesias para enmarañar aún más la desunión de la izquierda. En definitiva, un desasosiego continuo que no atisba su final.
AGUANTAR LA PRESIÓN
Como es propio del personaje, Sánchez aguanta la presión ambiental. Eso sí, empieza a cansarse de la agobiante coacción dictada desde Waterloo porque las exigencias recibidas son cada vez más humillantes. Además, queda demostrado que la estrategia de silenciosa sumisión mantenida cada mes por el emisario Santos Cerdán resulta altamente improductiva. En cuestión de disgustos, el presidente lleva mucho peor la desazón que le acarrea el efecto personal de ver a su mujer y a su hermano sometidos a escarnio.
El distanciamiento y animadversión del PSOE hacia un amplio sector del estamento judicial no deja de crecer. Nada mejor que recrear el reciente patinazo de Bolaños condicionando el acceso a la carrera de magistrados y jueces y, a las pocas horas, encontrarse que los orígenes familiares de los nuevos diplomados desnudaban la clara intencionalidad ideológica del proyecto ministerial. Tampoco anduvo con paños calientes la voz nada conservadora de la nueva presidenta del CGPJ para reconvenir al titular de Justicia. En cuestiones de culpa, la misma contundencia debería exigirse contra la complacencia que demuestra la jueza aceptando sin reparo las reiteradas disculpas del novio de Ayuso para prestar declaración por su presunto fraude fiscal.