Ya iba siendo hora de que edificios suntuosos y de alto valor urbanístico e histórico fueran devueltos por el Estado a sus legítimos propietarios. En su momento fueron los palacios de Aiete y Miramar los restituidos a la ciudad de Donostia, y ahora le toca al palacio de La Cumbre, de siniestra memoria, que al parecer por acuerdo de Pedro Sánchez con EH Bildu pasa a ser propiedad de la capital guipuzcoana. Las Juntas Generales ya le han encontrado un destino: la creación de un espacio de memoria para las víctimas de la violencia del Estado.
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Desde el máximo respeto para todas las víctimas de la violencia, no puedo menos que expresar mi escepticismo en relación a las iniciativas institucionales en memoria de esas víctimas. Visto lo visto, la carga emocional, reivindicativa y el interés político hace muy difícil, por no decir imposible, que esas iniciativas mantengan un carácter objetivamente inclusivo. Y ello por más empeño propagandístico que pretenda ostentarse. La memoria de las víctimas, por desgracia, siempre va orientada por la carga ideológica de quien la propone. Y ese sesgo es casi imposible de camuflar. No es posible creerse que aquel fastuoso monumento de Cuelgamuros representase la memoria de los todos muertos de la Guerra Civil, los de ambos bandos, cuando allá se veneraban las momias de Franco y José Antonio. Tampoco, y ello ya en tiempo presente, el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo de Gasteiz tiene en cuenta que el terrorismo que hemos padecido en este país no fue sólo exclusiva de ETA.
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No va a ser posible evitar el antagonismo entre las víctimas que vayan a ser recordadas y reivindicadas en el memoria que vaya a ser el destino de La Cumbre, lugar en el que fueron torturados y asesinados Lasa y Zabala, y las múltiples sedes que recuerdan a las víctimas de ETA, rememoradas desde todas las instancias institucionales y políticas. Pretender la evocación y el respeto de todas las víctimas, de uno y otro lado, bajo el manto institucional de una sede por más monumental que fuera, es hacerse trampas en el solitario.
Desde que tenemos memoria, no ha sido posible percibir ningún gesto de empatía o solidaridad ante las víctimas por parte del conjunto social contrario. Aquí se han aplaudido las muertes del bando contrario ya sea con recato, sin recato o, quizá peor, con indiferencia. Se han celebrado los asesinatos de los GAL y se ha cantado prendas al aire el vuelo de Carrero. Salvo rarísimas excepciones, de los directamente afectados por el terrorismo, cada quién ha respetado y recordado a sus víctimas y me temo que así lo seguirá siendo hasta que pasen varias generaciones.
Mucho tienen que cambiar las cosas para que algunos sectores de nuestra sociedad reconozcan la perversión del terrorismo de Estado, la negra historia de auténticos asesinos supuestos servidores del Estado y, por el otro lado, admirar como héroes que lucharon por Euskadi –Aberria ala Hil– sin tener en cuenta ningún principio ético, llevándose por delante hasta quitarle la vida al adversario ideológico. A día de hoy, no puedo creer en la memoria inclusiva capaz de reconocer cordialmente a todas las víctimas, las vuestras y las nuestras.