No había probado hasta la semana pasada qué es eso del chat GPT. Soy bastante zarpas para las nuevas tecnologías, los aparatos, las aplicaciones y reconozco que todo esto de la Inteligencia Artificial me provoca una mezcla de pereza, miedo y estupor.
Lógicamente, sé que muchas aplicaciones de la misma van a mejorar procesos y realidades, pero que otras tantas van a empeorarlas, ya que si estamos los humanos de por medio no somos capaces de desarrollar algo sin que tenga su parte oscura. El caso es que avisado por unos amigos le pregunté al Chat ése que me escribiera una columna de 1.890 caracteres con espacios al estilo de Jorge Nagore sobre la llegada de Donald Trump al poder.
En menos de 15 segundos el cacharro había escrito la columna, bastante apañadamente, aunque para mi gusto un tanto pomposa, seria y académica. No ponía por ejemplo que Trump es un loco de la órdiga. O que tiene el pelo que parece que acaba de meter la cabeza en un barril de Cheetos.
Para mí que la IA esas cosas no va a saber hacer, qué es eso que se te pasa por la cabeza mientras escribes y que es desconocido para ti hasta que lo plasmas en el ordenador y que sale de ninguna parte o de lo más profundo de tu cerebro, que es a donde no llega la IA. No voy a usar nunca la IA esa para hacer una columna y mandarla al periódico para no currar, porque a mi escribir me parece un privilegio, algo con lo que soñaba cuando tenía 15 años y que no pienso dejar en manos de una máquina, pero no tengo la más mínima duda de que miles de tareas, estudios, trabajos, etc y etc se están haciendo mientras tecleo estas líneas gracias a ese bicho u otros similares, lo cual a mí, qué quieren que les diga, me horroriza bastante.
Considero el esfuerzo intelectual o mental un bien sagrado a proteger y que tiremos la toalla en ese plano para que nos hagan si no todo el trabajo si la mitad o buena parte de él me parece terrible.