Antes había ocurrido en algunos pueblos franceses. Las señales de Carcastillo, Lazagurria o Figarol amanecieron el otro día boca abajo. No apuntando hacia el núcleo terrestre, sino en horizontal pero en sentido contrario. Los vecinos de estas localidades navarras tuvieron que salir de sus coches, tractores y camiones para hacer el pino. Algunos llevaban años sin intentarlo y les costó sostener entre setenta y cien kilos de masa muscular, ósea y adiposa sobre dos manos.
Dos manos que se llevaron tatuado el relieve del asfalto y el escozor correspondiente en las palmas. Los bolsillos de sus pantalones, algunos de tergal, otros de tejido vaquero o con un porcentaje de lana, porque el invierno se hace notar cuando se está sentado en el tractor unas cuantas horas seguidas, se abren como bocas deformadas. De su interior caen monedas, algún billete de veinte, un palillo, el móvil y un manojo de llaves que podrían abrir las puertas del infierno, las de Hacienda y las de las instituciones europeas donde se negocian las políticas agrarias comunitarias.
Un agricultor tiene que llevarlo todo encima, la llave de su casa, la del tractor, la de la furgoneta, la bajera, el almacén. Tiene que aprender de todo, de cultivos, de plagas, de productos bio y eco, de normativa comunitaria, aranceles, régimen especial de tributación, impuestos. Un ganadero, también. Peso mínimo, años de crianza, vacunas, piensos, pastos, diferencia entre alimentar a sus animales con unos u otros, en el sabor, la textura y la jugosidad final de la txuleta. Esta carne sabe a leche, se nota que tus terneras sólo comen pasto.
Cuesta entender las señales cuando están al revés. Como las medidas políticas que posibilitan la competencia desleal de productores que no cumplen con nuestros criterios de calidad respecto a quienes sí lo hacen. No apoyar a quienes producen cerca de casa el trigo, la fruta, la verdura y la carne que comemos es dejar que el mundo esté al revés.