El hombre que se agarró los testículos ante millones de personas, que le dijo al mundo que ganamos por cojones, ellas claro, ya venía así de marca. Así que el beso forzado a Jennifer Hermoso era parte de un protocolo tan interiorizado que funcionaba sin permiso. Tanto, que cuando todo estalló él solo supo explotar su machismo victimista. Y ante una plaga de palmeros pesebristas gritó hasta tres veces, como el apóstol antes de entregar a su maestro: ¡no voy a dimitir! reclamando así la expiación social de su delito.
El que presidiera, no una Federación, sino una red de misoginia clientelar, dimitió forzado por el vertiginoso #SeAcabó. Así que todos esperábamos una justicia ejemplar. Y sí, Rubiales ha sido declarado culpable de agresión sexual, algo muy serio que solo le saldrá por 20 euros al día durante 18 meses. Vale. Pero se libra del delito de coacciones, lo que viene a confirmar, como dice Irantzu Varela que: “las estructuras patriarcales cuentan con nuestro miedo; un tío te dice o hace una burrada y cuenta con que te vas a callar”. ¿O no fue eso lo que se le pidió a Jenny Hermoso? Callar, quitarle hierro al piquito de buen rollo y no denunciar a Rubiales quien, según la sentencia realizó un “acto reprochable que es realizado dentro de la euforia”. Vamos, que no hay que confundir el pecado con el delito.
Esto confirma, como afirma Clara Serra, que: el patriarcado nunca será juzgado en la sala de un tribunal porque el derecho siempre individualiza la culpa y la separa del cuerpo social impidiendo toda transformación estructural del poder.
Todo esto tan sonoro tiene un efecto desactivador de las denuncias de mujeres que sufren agresiones sexuales. Porque siempre hay un “pero”. Y ese “pero” es el que impide remontar la justica patriarcal.
La cosa hubiera cambiado si Rubiales hubiera sido inhabilitado. Eso sería desmontar su posición de poder. Pero esa ha sido la línea roja judicial.