Escribe Martín Caparrós en El País Semanal sobre el sustantivo ‘revolución’. “Hay palabras que suenan con una fuerza que pocas otras tienen, y de pronto el silencio. La palabra revolución es un ejemplo duro”.

Dice Caparrós que el término “se vació de sentido” y “lo perdió”. Él se confiesa encuadrado entre quienes “no sabemos cómo querríamos que fuera ese mundo por el cual valdría la pena revolucionar éste. Una vez más, la falta de una idea clara de futuro nos impide desearlo”. Por eso, continúa, “ahora no hablamos de revolución, porque no sabríamos qué decimos. Hemos perdido una palabra que era mucho más que una palabra”.

La certera reflexión del escritor argentino me ha transportado a los cánticos que en el fútbol festejaban la Goma-2 porque “en Euskadi se prepara, pim, pam, pum, la revolución”. Aquí la invocación revolucionaria se ha entonado con algarabía macabra. Entre tanto, ETA se buzoneaba para obligar a pagar aquel pim, pam, pum. Esa ETA autoproclamada militar, que mató al ingeniero José María Ryan tras “comparecer ante un consejo revolucionario” que le declaró “culpable” con un comunicado nefando del que se han cumplido 44 años.

Aquí la invocación revolucionaria se ha entonado con algarabía macabra. Entre tanto, ETA se buzoneaba para obligar a pagar el pim, pam, pum

¿Revoluciones jaleadas en otros escenarios? Podemos hablar del camarada Fidel, que se hizo anciano mandando en Cuba y fue relevado su hermano Raúl. Como señala Caparrós aquella “epopeya se acabó”. Por no hablar de Daniel Ortega, que sigue inmerso en la revolución de apoltronar su trasero. No, lo revolucionario no ha sido un letrero que suela aguantar bien el paso del tiempo. El cartel se ha deshecho a base de delirios de grandeza, perturbados de gatillo fácil o fanáticos insoportables.

SIN FLORES

A los hijos del Tardofranquismo apenas nos alcanzó la Revolución de los Claveles, por más que la canción ‘Grândola Vila Morena’ pueda colarse en nuestra play list de cada mes de abril. Aquí no hubo revolución floreada, pero nos brasearon a tope a la parrilla de la Transición. Un tránsito donde los demócratas se sintieron aceptados y a cambio hubo que olvidar o transigir con el franquismo, y así borrón y cuenta nueva –o medio vieja– y amnistía para todos. No hubo revolución, y tal vez nos ahorramos sufrimientos, pero se enquistaron otros y llegaron nuevos. Y vino el cambio, votado a mansalva, y con el tiempo aprendimos que lo mismo que se desguazan revoluciones también se puede degradar un proceso de modernización.

LA TRÍADA

Reconocer la pluralidad democrática incluye asumir la contienda legislativa, presupuestaria y narrativa. En la batalla por las palabras se vuelve a discutir a brazo partido sobre la libertad. Y al igual que tantos revolucionarios se desmentían con avaricia, hoy abundan los liberales falsarios. Como escribió el teólogo José Ignacio González Faus, “el grito de la revolución francesa ha quedado reducido a una libertad contra la fraternidad y contra la igualdad”. Desde esa tríada toca construir. Y desde esa trinidad laica hay que resistir el arreón iliberal. La diplomacia en las relaciones internacionales puede resultar altamente hipócrita, pero se basa en una cierta contención. La encerrona de Trump a Zelenski en el Despacho Oval es la exhibición televisada de un macarra. Tan grosera y sintomática, que deja otra evidencia de que algo grave se descompone en los Estados Unidos de América.