Acabo de caer en la cuenta de que vamos de cabeza para cumplir en verano el segundo año de legislatura, la mitad del camino, y a la oposición en el Parlamento de Navarra prácticamente no se le ha escuchado salvo en tres o cuatro temas y las veces que se le ha escuchado ha sido con poco recorrido. No hay tampoco, por decirlo de alguna manera, un bloque claro, sino que UPN, PPN y Vox, aún coincidiendo en algunas cosas, apenas da la sensación de que hagan piña común y la imagen que se transmite al exterior de lo que ocurre en el Parlamento es de mucha tranquilidad para el actual gobierno, a mucha distancia de lo que fue la primera legislatura de Chivite como presidenta. Sí, ahí está la situación sanitaria, la situación de la vivienda, de la industria, algunos temas educativos, pero no hay una transmisión evidente de apuros gubernativos. Lo que no sé si es bueno o es malo, la verdad. Es, de algún modo, más agradable para los gestores, pero es hasta bueno tener una oposición realmente en plan sabueso que te afee tus incumplimientos, especialmente en los campos mencionados, aunque en realidad en todos. Así debería ser o así debería funcionar: que la oposición sacase los colores de la mala actuación gubernamental y que el Gobierno espabilase, ya fuese motu proprio, por presión externa o por ambos motivos. Pero no sé en qué queda la influencia de la oposición en esta ecuación, la verdad. No sé si realmente sirve como acicate o si los gobiernos se lo toman como un mal que hay que aguantar y ya está. Por supuesto y por descontado, la labor de control de la oposición es clave en nuestro sistema y en ese sentido siempre va a ser clave, pero desde fuera lo que se sienten son legislaturas descafeinadas, un PPN muy limitado, un Vox a sus cositas y un UPN que ha perdido mucho punch en el atril. Hablo de la imagen en el Parlamento, no de las elecciones 2027. Eso será otro cantar.