En cuanto la estrenaron, fui a ver A Complete Unknown, la película que cuenta los primeros años de la carrera de Bob Dylan. Ha sido el cantante que más me ha acompañado en todas las etapas de mi vida y siento que (con la venia de Nagore, naturalmente) le debo cierta veneración. Como siempre, la película, a unos les gustará más y a otros menos. Por una razón concreta o por cualquier otro asunto de índole diversa, claro. Yo me pregunté: ¿Y quién será el Bob Dylan de hoy?
Es decir, ¿qué artista personifica, en estos momentos, el estilo del lado humanista, tanto en lo apolíneo como en lo dionisiaco? Yo no lo sé. Puede que a mi edad sea incapaz de verlo. Pero seguro que existe ese alguien. Porque, si no existiera, sería peor. A mí, la película de Bob Dylan me gustó porque me emocionó. No es poco. Hablaba de palabras y cosas en un mundo que yo entendía. Mi cerebro lo cocieron en aquellos hornos, con aquella leña. Si te preguntan por qué el poeta es necesario, como figura importante del grupo humano, diles lo que sabes. Diles que es porque el poeta es el que elige el lado de la conciencia. El que pone el dedo en la llaga. El que señala las zonas de dolor que se avecinan porque, por lo que sea, las ve venir. El que anuncia y denuncia, y al denunciar, incomoda y a veces se convierte en mártir.
Aquellos años, cuando un Dylan muy joven se preguntaba cuántos caminos tiene que recorrer un hombre para que os dignéis a llamarle hombre, a principios de los sesenta del siglo pasado, también estaban las cosas muy revueltas. Siempre lo están, esa es la cuestión. No obstante, el lado de la humanidad, ya sabes, el lado de la conciencia y la justicia, siempre sabrás cuál es. Porque se sabe internamente. Y sigue avanzando, pese a todo. Aunque a veces parezca que no, claro. Pero avanza, Lutxo, le digo. Y me suelta: esperemos que sea para bien.