A lo que se ve mañana comienza la primavera, aunque la verdad es que la última semana más se ha parecido a lo más crudo del invierno que a los primeros coletazos de la estación de las esperanzas. Hemos tenido casi una semana con temperaturas medias poco superiores a los 5 grados, menos incluso que en el mes más frío del año. Pero, aún con lluvias, el caso es que la primavera ya está aquí, en unos días nos meterán una hora más de luz por las tardes y es posible incluso que alguno de los muchos berenjenales en los que anda últimamente metido el planeta tierra vaya mejorando, aunque pinta no tiene.
Ucrania, Gaza, la inestabilidad económica y política que genera un Trump que no parece estar del todo en sus cabales –tampoco lo ha estado especialmente nunca, pero el de este segundo mandato es aún más volátil si cabe que el del primero– o la pestilente política que viene de Madrid, donde están día sí y día también a limpio golpe, enmarañados en mil disputas judiciales y dialécticas.
Por no hablar del ínclito Mazón, claro, que ahí sigue, aferrado al cargo casi medio año después, parece que convencido de que seguirá si no le echan para así poder asegurarse las prebendas económicas y materiales a las que tendría acceso como es presidente de la Generalitat Valenciana.
Vamos, que sigue todo igual de enmarañado y poco halagüeño que hace uno, dos o tres meses, pero la primavera a veces te trae una mañana en la que sales de casa y brilla el sol y la temperatura pasa de los 18 grados y puedes poner la espalda contra una columna de un porche y sentir que, sí, vives en un mundo loco, pero que te quiten ese ratillo. Has venido en general al mundo para ratillos así. Y ya si te escapas a un prado o vives en uno pues lo puedes notar mejor, incluso encontrarle sentido a tanta espera y a estos casi cinco meses desde noviembre. Que les sea para bien. ¡A disfrutarla!