Si nos estábamos convenciendo de que quizá la tregua en Gaza podía dejar atrás definitivamente la masacre de los 15 meses anteriores, Netanyahu nos ha dejado claro que era una confianza sin sentido. En solo unas horas, de madrugada, Israel ha bombardeado numerosas zonas de Gaza con artillería, tanques y aviones y la destrucción y la desolación se han hecho presentes de nuevo para el pueblo palestino. Y también las muertes, cerca de 400 personas han sido asesinadas, y como en cada nuevo ataque en este conflicto, la mayoría de las víctimas han vuelto a ser menores, niños y niñas.

Netanyahu, que vuelve a pasar unas horas bajas en su popularidad política y cada vez está más acosado por las acusaciones y casos de corrupción que le rodean, ha puesto como excusa la exigencia de liberar a los 59 personas que aún mantiene Hamas en su poder, pero la realidad es que el regreso a la guerra pone aún más en riesgo la posibilidad de que regresen con vida, porque lo que necesita es extender la violencia contra los palestinos para desviar la atención sobre su persona. De hecho, ayer mismo tenía que comparecer ante la justicia, pero aplazó su declaración en uno de los casos de corrupción alegando motivos de “seguridad nacional” que había provocado él mismo unas horas antes con su ruptura unilateral de la tregua.

No tenía intención de prolongar la primera fase de la tregua –en la que se han intercambiado rehenes en manos de Hamas y presos palestinos de las cárceles de Israel–, a la segunda fase que implica la progresiva retirada de las fuerzas de ocupación de Gaza y el final de la guerra. Si es que a este genocidio con una total desigualdad de fuerzas militares, se le puede llamar realmente guerra.

Tampoco le interesa ponerle fin, porque cuenta con el apoyo cerrado de Trump –al que está poniendo difícil cumplir sus proclamas de que llegaba a la presidencia de EEUU para acabar con las guerras en el mundo–, y la complicidad sumisa de la mayor parte de la UE. Da igual que Trump y Netanyahu fueran firmantes de la tregua que ahora han roto –apenas ha durado dos meses desde el 19 de enero–, porque la batalla política y cultural en el mundo de hoy la están ganando quienes violan los derechos humanos, incumplen sistemáticamente las reglas, incluso las suyas propias, y solo creen en la fuerza y la ley del más fuerte.