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Recursos humanos

Maite Pérez Larumbe

Saludo

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A las mañanas, mientras me tomo el té, si me acerco a la ventana, veo al hombre que acaba de comprar el pan y al que pasea al perro. Ahí estamos, cada cual con su tarea y los tres componiendo un triángulo impremeditado, sincronizado al segundo y volátil del que solo yo soy consciente. Disfruto de la repetición, que sugiere orden, y ya.

Un tercer hombre, el del maletín, con el que me cruzo a diario al poco de poner el pie en la calle, es el que me tiene problematizada y motiva esta reflexión. Llevo un tiempo pensando si no debería saludarle. ¿Por qué? Pues porque ya es una presencia habitual y también esperada. Por regla general, salvo vacaciones, viajes o enfermedad –nunca lo sabemos–, coincidimos cinco veces por semana. Nos cruzamos temprano en la calle vacía. Son varios años, la rutina está consolidada. Nuestros movimientos me recuerdan los problemas de trenes. Compartimos la misma dirección y nos desplazamos en sentido contrario. El único suspense es el lugar exacto donde nos cruzaremos.

Nuestra común dirección es una calle con tramos de acera más o menos espaciosa. Seguro que si coincidiéramos en un camino rural nos saludaríamos y el saludo daría para comentar hoy vas tarde o cómo has madrugado e intercambiar una sonrisa amable.

Como la cuestión del saludo está empezando a ocuparme un tiempo cada mañana, voy a tener que resolverla. No soy ninguna echada palante. Resuelvo que, si se saluda, hay que saludar correctamente, sin ambigüedad, por tanto, nada de movimientos de cabeza, siempre interpretables, ni sonidos guturales, familiares o desenfadados. No es el caso. Buenos días es la opción perfecta. Universal, entendible. La de vueltas que he dado para llegar aquí. Para no creer. Me va a costar saludar, de veras. Pero creo que pega.